Sin categoría

La Navidad que No Conoces: Un Viaje a las Antiguas Tradiciones de la Iglesia Ortodoxa Oriental

Basado en: Mary B. Cunningham, “Eastern Orthodoxy,” in The Oxford Handbook of Christmas, ed. Timothy Larsen (Oxford: Oxford University Press, 2020), 127–40.

DESCARGA EL PPT AQUÍ.

Cuando pensamos en la Navidad, nuestra mente se llena de imágenes familiares: centros comerciales abarrotados, la figura jovial de Santa Claus, árboles decorados y una montaña de regalos. Es una celebración definida en gran medida por el consumismo y la alegría secular. Pero, ¿y si existiera otra Navidad? Una celebración más antigua, más profunda y envuelta en un misterio que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Esta es la Navidad de la tradición Ortodoxa Oriental, una festividad que, para millones de cristianos en Grecia, Europa del Este y Rusia, es ante todo un acontecimiento religioso, no comercial. Este artículo es un viaje más allá de lo familiar, una exploración de las verdades más sorprendentes e impactantes sobre cómo se celebra la Natividad en Oriente. Descubriremos una festividad cuya importancia es superada por otra, que se prepara con cuarenta días de ayuno y que se nutre de historias que no se encuentran en la Biblia que la mayoría de nosotros conocemos. Prepárese para ver la Navidad con nuevos ojos.

Primero lo primero: No es la fiesta más importante (y los regalos pueden esperar).

Para la mayoría en Occidente, esta afirmación es casi herética: la Navidad es la fiesta principal. Sin embargo, en la cosmovisión ortodoxa, la jerarquía es clara y revela el núcleo de su teología. Uno de los datos más sorprendentes de la Navidad Ortodoxa Oriental es su lugar en la jerarquía litúrgica: es la segunda fiesta más importante del año. La celebración principal, el epicentro de la fe, es la Pascua, la fiesta de la Resurrección de Cristo. Este orden de prioridades revela una profunda verdad teológica sobre la fe ortodoxa: aunque el nacimiento de Cristo (la Encarnación) es un milagro fundamental que reúne el cielo y la tierra, es en su victoria sobre la muerte donde culmina el plan de salvación de Dios. La Resurrección es la promesa cumplida de vida eterna, y por ello ocupa el primer lugar.

Esta diferencia teológica tiene una consecuencia práctica muy visible: la celebración no es de naturaleza comercial. El frenesí de compras y el intercambio de regalos, tan centrales en la Navidad occidental, están notablemente ausentes del núcleo de la celebración ortodoxa. Esto no significa que no se den regalos, sino que el acto está separado del día santo. Dependiendo de la tradición nacional específica, los regalos se intercambian más a menudo en la fiesta de San Nicolás, el 6 de diciembre, o al comienzo del Año Nuevo, el 1 de enero. Esta separación es deliberada y significativa. Mantiene el día de la Natividad enfocado exclusivamente en su propósito religioso: la adoración, la liturgia y la comunión familiar en torno al milagro de la Encarnación. Al disociar el acto de dar regalos de la celebración del nacimiento de Cristo, la tradición ortodoxa protege la fiesta de las presiones del consumismo y refuerza la idea de que la verdadera alegría no se encuentra en los bienes materiales, sino en la renovación espiritual que el evento representa.

La preparación es todo: El ayuno de 40 días antes de la fiesta.

Mientras que en Occidente la preparación para la Navidad suele consistir en decorar, comprar y planificar fiestas, en la tradición Ortodoxa Oriental la preparación es una disciplina espiritual intensa y prolongada. La celebración de la Natividad está precedida por un período de ayuno de cuarenta días, conocido como el Ayuno de la Natividad, que comienza el 15 de noviembre. Esta práctica, similar en rigor a la Gran Cuaresma que precede a la Pascua, es fundamental para la experiencia de la fiesta. Durante este tiempo, se espera que los fieles se abstengan de ciertos alimentos, específicamente carne, productos lácteos, vino y aceite. El objetivo de este ayuno no es el castigo o la autonegación por sí misma, sino un medio para un fin espiritual más elevado.

El propósito del ayuno es doble: purificar el cuerpo y la mente, y ayudar a los fieles en sus oraciones. Al simplificar sus dietas y negar los placeres físicos, los creyentes buscan agudizar su enfoque espiritual, despojarse de las distracciones mundanas y abrir sus corazones más plenamente a Dios. Es un período de preparación interior, una forma de limpiar la casa del alma para recibir al Cristo recién nacido. Este enfoque en la preparación y la reverencia subraya una creencia central en la vida litúrgica ortodoxa. Como señaló la antropóloga Juliet du Boulay:

«la fiesta es, entonces, un acto de reverencia tanto como lo es el ayuno»

Esta idea es crucial. El ayuno no es un preludio sombrío, sino una parte integral de la celebración misma. La abstinencia y la disciplina de los cuarenta días anteriores intensifican la alegría y el significado del día de Navidad. Cuando finalmente se rompe el ayuno en la mañana de Navidad, el festín de cerdo, cordero, queso y vino no es solo una comida, sino una celebración exuberante, un acto de reverencia gozosa que ha sido ganado y profundizado a través de cuarenta días de paciente preparación espiritual.

Nacido en una cueva, no en un establo: Las historias olvidadas del pesebre.

La historia de la Navidad que la mayoría de nosotros conocemos proviene de los Evangelios de Mateo y Lucas: un nacimiento en un establo porque no había lugar en la posada, un pesebre, pastores y magos. Sin embargo, muchos de los detalles centrales de la historia de la Natividad tal como se entiende en la tradición Ortodoxa Oriental provienen de fuentes fuera de la Biblia canónica. Estos textos, a menudo llamados «apócrifos», no forman parte de las escrituras oficiales, pero han ejercido una inmensa influencia en la teología, la liturgia y, sobre todo, en el arte sacro.

La fuente más importante para estas tradiciones adicionales es un texto del siglo II conocido como el Protevangelio de Santiago. Este antiguo documento, que no fue incluido en el Nuevo Testamento, ofrece una narrativa mucho más detallada de los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Cristo. De este texto provienen dos elementos clave que son omnipresentes en la tradición oriental. Primero, la creencia de que Cristo nació en una cueva, no en un establo de madera. Esta imagen de la cueva tiene un profundo peso simbólico, evocando tanto la oscuridad del mundo caído en el que Cristo entró como una prefiguración de la tumba de la que resucitaría. Segundo, el Protevangelio de Santiagointroduce la presencia de una partera en el nacimiento, llamada Salomé, que ayuda a María.

La inclusión de estos detalles no canónicos es inmensamente significativa. Demuestra que para la fe ortodoxa, la «Santa Tradición» —el cuerpo vivo de creencias, prácticas litúrgicas y textos transmitidos a lo largo de los siglos— es una fuente de autoridad espiritual junto con las Escrituras. Lejos de ser un simple añadido folclórico, esto revela una profunda convicción teológica: que la guía del Espíritu Santo no se limitó a los autores de los libros canónicos, sino que continúa viva en la experiencia de la Iglesia. Esta Tradición, expresada en sus himnos, su arte y sus narrativas aceptadas, no contradice los Evangelios, sino que los complementa, enriqueciendo el tapiz narrativo y ofreciendo capas de significado que se celebran en la liturgia y se pintan en iconos sagrados.

Cómo leer un icono: Un universo en una sola imagen.

En la tradición Ortodoxa Oriental, los iconos no son simplemente arte religioso. Su existencia misma es una profunda declaración teológica. La capacidad de representar a Cristo se considera una consecuencia directa de la Encarnación: Dios, que es invisible, se hizo visible al asumir la naturaleza humana, y por lo tanto, puede ser representado. Esta teología, forjada durante las controversias iconoclastas de la era bizantina, legitima a los iconos como «ventanas al mundo divino», un medio a través del cual el creyente puede tener un encuentro espiritual con la realidad sagrada que representan. Un icono de la Natividad, por lo tanto, no es solo una imagen de un evento histórico; es una teología visual, un sermón condensado en pintura que revela el significado cósmico de la Encarnación. Aprender a «leer» un icono de la Natividad es desvelar un universo de simbolismo.

Siguiendo la forma iconográfica tradicional, cada elemento tiene un propósito y un significado profundo:

  • La Cueva: En el centro, la cueva se representa como un agujero negro y oscuro. Esto simboliza el mundo caído, la oscuridad del pecado y la muerte en la que Cristo, la Luz del Mundo, ha elegido entrar. También prefigura la tumba.
  • El Niño Jesús: Yace en un pesebre, envuelto en blancos pañales. Esto revela la kenosis o «auto-vaciamiento» de Dios: el Creador del universo se ha hecho pequeño, vulnerable y mortal por amor a la humanidad.
  • La Virgen María: A diferencia de las representaciones occidentales, no está arrodillada en adoración, sino reclinada a su lado. Su postura indica que experimentó un parto plenamente humano, subrayando la humanidad completa de Cristo. Su expresión a menudo es melancólica, una premonición maternal del sufrimiento futuro de su hijo. Con frecuencia, su mirada se dirige no al niño, sino a José, mostrando compasión por su duda.
  • José: Se le representa apartado, a menudo en una esquina inferior, con una expresión desconsolada. Cerca de él hay una figura a veces identificada como el Diablo, que le tienta con dudas sobre la concepción virginal de María. Esto visualiza la lucha interior descrita en el Evangelio de Mateo.
  • Las Parteras: En la parte inferior, dos mujeres preparan un baño para el recién nacido. Este detalle, extraído del Protevangelio de Santiago, es una afirmación teológica crucial: demuestra que Cristo era plenamente humano, necesitando los mismos cuidados que cualquier otro bebé.
  • El Buey y el Asno: Flanqueando el pesebre, estos animales representan el cumplimiento de la profecía de Isaías (1:3): «el buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor». Simbolizan que toda la creación, incluso el reino animal, reconoce la divinidad de Cristo.
  • Magos y Pastores: Los Magos que se acercan a caballo representan el reconocimiento de Cristo por parte de las «naciones» (los no judíos), mientras que los ángeles que anuncian la noticia a los pastores representan la celebración celestial y terrenal unida en este evento.

El propósito principal de un icono no es enseñar, sino ser venerado. Al besar el icono, los fieles no adoran la madera y la pintura, sino que establecen un vínculo simbólico directo con el evento sagrado y las figuras santas que representa, participando en el misterio de la Natividad a través de esta ventana al cielo.

Cuando los duendes vagan por la tierra y los troncos son sagrados.

Junto a las tradiciones litúrgicas uniformes que unen a las iglesias ortodoxas de todo el mundo, existe un rico y diverso tapiz de costumbres locales extralitúrgicas. Muchas de estas prácticas tienen raíces en creencias paganas precristianas que, con el tiempo, han sido «bautizadas» o integradas en una cosmovisión cristiana. Estos rituales populares, celebrados en el hogar y la comunidad, añaden una capa fascinante de historia y cultura a la celebración de la Navidad. Dos ejemplos particularmente vívidos provienen de Serbia y Grecia.

El «Badnyak» Serbio.

En la víspera de Navidad, los cristianos ortodoxos serbios realizan un ritual centrado en el badnyak, un tronco o una gran rama de roble. Dos jóvenes de la casa salen a cortar el roble, que luego es dividido en tres piezas. Al traerlo a casa, la mujer de la casa rompe un pan sin levadura sobre la rama más larga de las tres. El tronco se coloca en el fuego, y su crepitar sagrado en el hogar debe durar toda la noche de Nochebuena. La ceremonia va acompañada de otros ritos: la mujer esparce paja y maíz por todos los rincones de la casa mientras imita el cacareo de una gallina, y los niños la siguen como si fueran polluelos. Después, el padre de familia reúne a todos, arroja nueces a las esquinas de la habitación, coloca una vela encendida en un cuenco de trigo y ofrece una oración pidiendo la bendición de Dios sobre el hogar. El simbolismo es múltiple: el tronco está vinculado a antiguas prácticas que afirmaban la supervivencia de la naturaleza durante el invierno, mientras que la paja esparcida sirve como un recordatorio cristiano del humilde nacimiento de Cristo.

Los «Skalikantzoúria» Griegos.

En el folclore de algunas aldeas griegas, como Ambeli, los doce días de Navidad (desde la Natividad hasta la Teofanía el 6 de enero) son un tiempo de caos y peligro. Según la mitología local, unas criaturas malévolas parecidas a duendes, conocidas como skalikantzoúria, surgen desde el inframundo. Durante el resto del año, estos duendes pasan su tiempo bajo tierra, tratando de cortar el gran árbol que sostiene el mundo para que la tierra se derrumbe. Sin embargo, en Navidad, se les permite subir a la superficie para desatar el caos en los hogares humanos, infestando casas y calles. La antropóloga Juliet du Boulay sugiere que este período de desorden cósmico puede estar vinculado a la vulnerabilidad del Niño Jesús recién nacido. El mundo está en un estado de inestabilidad hasta que Cristo es bautizado en la fiesta de la Teofanía. En ese momento, el poder de Cristo sobre las fuerzas del mal se restaura plenamente, el agua bendita limpia los hogares y los skalikantzoúria son desterrados de vuelta al inframundo, donde descubren que el árbol del mundo se ha regenerado por completo, obligándolos a empezar su trabajo de nuevo.

Conclusión: Una Fe Tejida de Historia y Misterio.

La Navidad Ortodoxa Oriental es mucho más que una fecha en el calendario; es un tapiz complejo y hermoso, tejido con hilos de profunda teología, historia antigua y una vibrante cultura popular. Hemos visto que su verdadera cumbre no es la Natividad, sino la Pascua, que su celebración se prepara con la disciplina espiritual de un ayuno de cuarenta días, y que su narrativa se enriquece con textos antiguos que van más allá de los evangelios canónicos. A través de la teología visual de sus iconos, enseña el misterio de un Dios que se vacía a sí mismo para nacer en una cueva oscura. Y en sus costumbres populares, como el tronco sagrado de Serbia o los duendes de Grecia, encuentra espacio para las antiguas mitologías humanas dentro de su fe.

Mientras navegamos por nuestras propias celebraciones modernas, ¿qué podríamos aprender de una tradición que abraza cuarenta días de preparación silenciosa antes de la fiesta, que encuentra verdades universales en una sola imagen pintada y que hace sitio a los misterios del cosmos junto a su fe?

ESCUCHA EL PODCAST:

MIRA EL VIDEO:

Sobre el autor:

Mary B. Cunningham (1954–11 de octubre de 2025) fue una destacada especialista en cristianismo bizantino y teología ortodoxa, con particular énfasis en la predicación, la liturgia y la mariología en Oriente. De formación internacional, estudió historia de la Iglesia oriental y occidental en Harvard y realizó estudios de posgrado (máster y doctorado) en Byzantine Studies en la University of Birmingham. Desarrolló una trayectoria docente en varias instituciones británicas —incluyendo Queen’s University Belfast, King’s College London y la propia Birmingham— antes de incorporarse en 2006 al Department of Theology and Religious Studies de la University of Nottingham, donde continuó vinculada como Honorary Associate Professor tras su jubilación de la docencia (2016). Su investigación se concentró en cómo la doctrina se transmite y se “habita” mediante textos litúrgicos, homilías e imaginarios devocionales, especialmente en torno a la Virgen María. Entre sus contribuciones recientes destaca su monografía The Virgin Mary in Byzantium, c. 400–1000(Cambridge University Press, 2021). Fue también una figura relevante en los estudios bizantinos británicos, llegando a ocupar la vicepresidencia de la Society for the Promotion of Byzantine Studies.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.