Basado en: Christopher Ferguson, “The Twentieth and Twenty-First Centuries,” in The Oxford Handbook of Christmas, ed. Timothy Larsen (Oxford: Oxford University Press, 2020), 51–64.

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Cuando pensamos en la Navidad, es casi inevitable que una imagen familiar y reconfortante aparezca en nuestra mente. El brillo de las luces en un árbol decorado, el sonido de villancicos conocidos, el aroma de la cena familiar y la sensación de una tradición que parece extenderse, inmutable, a través de las generaciones. Concebimos la Navidad como un ancla en el tiempo, un refugio de calidez y continuidad en un mundo que no deja de cambiar. Es una festividad que sentimos como «de toda la vida», una herencia ancestral que nos conecta con un pasado idealizado.
Pero, ¿y si esa imagen de una Navidad eterna y apolítica fuera, en gran medida, una construcción moderna? ¿Y si muchas de nuestras tradiciones más queridas no fueran tan antiguas como creemos, sino invenciones relativamente recientes, forjadas en el crisol del nacionalismo, la guerra y el poder imperial? La historia reciente de la Navidad, la de los siglos XX y XXI, no es un cuento de hadas sereno. Es una narrativa fascinante y a menudo conflictiva, llena de batallas culturales, propaganda política, globalización acelerada y una profunda ansiedad sobre su verdadero significado.
Este artículo se adentra en esa historia oculta. Vamos a explorar cinco revelaciones sobre la Navidad moderna que probablemente cambiarán tu forma de verla. Descubriremos cómo una festividad profundamente personal se convirtió en un fenómeno global, cómo fue utilizada como un arma en el campo de batalla y en la Guerra Fría, y por qué nuestras propias quejas y nostalgias sobre ella son, irónicamente, una tradición en sí mismas. Prepárate para conocer la Navidad que no creías conocer.
Cinco Revelaciones Sobre la Historia Moderna de la Navidad.
Tus tradiciones «de toda la vida» son más recientes de lo que crees.
Una de las ideas más arraigadas sobre la Navidad es su supuesta antigüedad inmemorial. Sin embargo, la historia nos muestra que muchas de las costumbres que consideramos pilares de la festividad fueron, en realidad, inventadas o estandarizadas durante el siglo XIX con un propósito muy concreto: construir identidades nacionales. Lejos de ser reliquias de un pasado lejano, fueron herramientas modernas para unificar a poblaciones diversas bajo una misma bandera cultural.
El ejemplo más claro es la «Navidad alemana». Durante el siglo XIX, una serie de elementos —como la decoración de abetos, la popularización de villancicos específicos y el cultivo de un particular «ambiente navideño» (Weihnachtsstimmung) lleno de calidez y nostalgia— se asociaron con una idea distintiva de lo alemán. Esto ocurrió incluso antes de que existiera un estado alemán unificado en 1871. Una vez lograda la unificación, esta versión de la Navidad fue promovida activamente para crear un sentido de pertenencia común entre ciudadanos «divididos por la región, la clase y la confesión». El poder de un ritual cultural compartido era inmenso; de repente, el árbol de Navidad no era solo una decoración, era un símbolo de la nación capaz de trascender profundas divisiones sociales.
Este proceso no fue exclusivo de Alemania. En la misma época, se codificó una «Navidad inglesa» con sus propias costumbres características: los coros de villancicos de puerta en puerta, el uso de vegetación para decorar, la tradición de contar historias de fantasmas y el envío masivo de tarjetas de Navidad. Cada nación europea buscaba definir sus propias tradiciones como parte de una lucha más amplia por la identidad.
Esta realidad histórica choca frontalmente con nuestro profundo deseo moderno de continuidad. Anhelamos que la Navidad sea un refugio estable, un ritual que no cambia. Un ejemplo conmovedor de este anhelo es la historia del matrimonio berlinés compuesto por Anna y Richard Wagner, quienes, durante la primera mitad del siglo XX, se tomaron la misma fotografía frente a su árbol de Navidad cada año. La serie de imágenes muestra a una pareja que envejece, pero los árboles y sus decoraciones permanecen casi idénticos, «casi hasta la rama». Esto significa que la sensación misma de «atemporalidad» que buscamos en la Navidad es, en sí misma, una invención moderna diseñada para combatir las ansiedades modernas sobre el cambio. Esa nostalgia manufacturada es tan poderosa porque nos ofrece una reconfortante ilusión de permanencia.
La Navidad conquistó el mundo a través del imperio, la guerra y la cultura pop.
¿Cómo una festividad con raíces europeas se convirtió en un fenómeno verdaderamente global en el siglo XX? La respuesta es una compleja interacción de fuerzas que a menudo tienen poco que ver con la religión. La globalización de la Navidad no fue un evento único, sino un proceso en tres fases. Primero, el imperialismo europeo creó la huella inicial; luego, los nuevos medios de comunicación aceleraron su difusión y la desconectaron de su contexto original; y finalmente, el poder cultural estadounidense de la posguerra la estandarizó en la forma que hoy reconocemos.
La expansión inicial fue impulsada por el motor del siglo XIX: el comercio, la migración y el imperialismo. Comerciantes, colonos y administradores coloniales europeos llevaron sus costumbres navideñas a los rincones más lejanos del planeta, aferrándose a ellas para preservar su identidad cultural. Esto produjo yuxtaposiciones sorprendentes, como la Navidad australiana contemporánea, donde los surfistas usan gorros de Papá Noel en la playa y las barbacoas incluyen el tradicional pudín navideño.
En el siglo XX, los nuevos medios de comunicación aceleraron este proceso de forma exponencial. Un caso ejemplar es el servicio anglicano inglés de «Nueve Lecciones y Villancicos» (Nine Lessons and Carols). Originalmente una práctica local revivida en el King’s College de Cambridge, se transformó en una tradición internacional y no denominacional gracias a las transmisiones de radio que comenzaron a llegar a audiencias globales a finales de la década de 1930. Personas de todo el mundo podían participar en un ritual inglés sin salir de sus hogares.
Sin embargo, la fuerza más dominante en la globalización de la Navidad fue, sin duda, Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Su influencia se manifestó de dos maneras clave. Primero, el despliegue de soldados estadounidenses en el extranjero introdujo directamente la festividad en lugares como Japón, cuya celebración moderna fue inspirada casi en su totalidad por la observación de las celebraciones de las fuerzas de ocupación estadounidenses. Segundo, el dominio económico y cultural de EE. UU. estandarizó muchas costumbres. El ejemplo supremo es la imagen moderna de Santa Claus. La figura del anciano alegre, robusto y vestido con un traje rojo se convirtió en el estándar internacional en gran parte gracias a las ilustraciones que Haddon Sandblom creó para Coca-Cola entre 1931 y 1964. Este Santa Claus no era una figura folclórica anónima; era el producto de una de las campañas de marketing más exitosas de la historia.
La Navidad fue un arma en el campo de batalla y en la Guerra Fría.
La imagen cálida y pacífica de la Navidad oculta un lado mucho más oscuro y politizado. Durante los grandes conflictos del siglo XX, la festividad no fue solo un respiro de la violencia, sino que a menudo se convirtió en una herramienta estratégica, un símbolo para movilizar, y un campo de batalla ideológico en sí mismo.
El ejemplo más emblemático es la Tregua de Navidad de 1914 en el Frente Occidental. Durante la víspera y el día de Navidad, se produjeron alto el fuego espontáneos. Soldados británicos y alemanes intercambiaron villancicos, salieron a la tierra de nadie para compartir regalos e incluso jugaron partidos de fútbol. Sin embargo, es crucial no romantizar el evento. La extensión de la tregua no debe ser exagerada; las tropas francesas y belgas, cuyos países estaban siendo ocupados, mostraron mucha menos disposición. Incluso en algunos sectores británicos, cuando los soldados alemanes erigieron árboles de Navidad en sus trincheras, estos fueron «inmediatamente hechos pedazos a tiros por los soldados del bando contrario». A pesar de todo, el poder duradero de este evento, como reflexionó el libretista Mark Campbell, radica en una verdad simple pero profunda:
…la guerra se vuelve insostenible «cuando llegas a conocer a tu enemigo como persona».
Más allá de esta tregua, los gobiernos utilizaron sistemáticamente la Navidad para mantener la moral. Durante ambas guerras mundiales, se hicieron enormes esfuerzos para asegurar una Navidad «feliz». Los alemanes, ante la escasez, construían árboles de Navidad «sucedáneos» (ersatz) con palos de escoba. Los gobiernos organizaban el envío de regalos a los soldados, como las icónicas Cajas de Regalo de la Princesa María, que incluían contenidos cuidadosamente diferenciados para «fumadores» y «no fumadores». Esta instrumentalización alcanzó niveles siniestros. En uno de los ejemplos más escalofriantes, el líder de las SS, Heinrich Himmler, organizó que los regalos de Navidad para los colonos alemanes en Polonia se hicieran con objetos confiscados a los judíos asesinados en Auschwitz.
Durante la Guerra Fría, la Navidad se convirtió en un arma política explícita. Alemania Occidental erigía árboles gigantes a lo largo del Muro de Berlín como un recordatorio visual para los del Este de la «verdadera» Navidad que se estaban perdiendo. La Unión Soviética, por su parte, prohibió oficialmente la Navidad y la reemplazó por un festival de Año Nuevo secular (elka). Irónicamente, esta nueva celebración cooptó muchas tradiciones navideñas. El árbol de Navidad se convirtió en el «Árbol de Año Nuevo» y un personaje llamado «Abuelo Hielo» (Ded Moroz) asumió el papel de repartidor de regalos. Como observó la antropóloga Christel Lane, el Año Nuevo soviético se celebraba «de manera muy similar a como se celebra la Navidad en una familia inglesa sin fuertes compromisos cristianos», ilustrando perfectamente cómo se puede adoptar la forma de un ritual mientras se le despoja de su contenido religioso.
Existen dos Navidades (y la «guerra» entre ellas es centenaria).
En el mundo contemporáneo, coexisten dos versiones de la misma festividad. Como señala el historiador Bruce David Forbes, hoy celebramos dos Navidades distintas: «una Navidad cultural y una Navidad religiosa o cristiana». Aunque muchas personas participan en ambas, la tensión entre estas dos esferas ha sido una fuente constante de conflicto cultural durante más de un siglo.
El caso de estudio definitivo de una Navidad puramente secular es el Japón moderno. A pesar de que la población cristiana es minúscula, la mayoría de los japoneses celebran el Kurisumasu. Sin embargo, esta versión tiene poco que ver con la tradición occidental. En Japón, la Navidad es un festival de consumismo centrado en la juventud y el romance. La Nochebuena se ha convertido en la «noche de cita» más importante del año para las parejas jóvenes, un evento con connotaciones románticas e incluso eróticas. Los anuncios que usan lemas como «Noche de Paz» no evocan un himno religioso, sino que promocionan champán o chocolates de lujo para una velada íntima.
Esta separación entre lo sagrado y lo profano alimenta lo que hoy conocemos como la «Guerra contra la Navidad». Sin embargo, esta retórica no es un fenómeno nuevo. Es simplemente el capítulo más reciente en una larga historia de batallas culturales sobre el significado de la festividad.
Curiosamente, esta tensión ha creado una paradoja comercial. La ansiedad de los cristianos por la creciente materialización de la festividad se convirtió en una oportunidad de negocio. La historia de las tarjetas de Navidad en Gran Bretaña lo ilustra perfectamente. A principios del siglo XX, la mayoría de las tarjetas tenían poco o ningún contenido religioso. Sin embargo, a medida que aumentaba el temor a la secularización a lo largo del siglo, los fabricantes capitalizaron esta ansiedad produciendo y comercializando tarjetas con mensajes e imágenes explícitamente religiosos. De este modo, la crítica a la comercialización se convirtió, ella misma, en un producto comercializable, con empresas beneficiándose directamente del miedo que decían combatir.
Tu nostalgia y tus quejas sobre la Navidad son, en sí mismas, una tradición.
Llegamos a la revelación final, que es quizás la más meta-reflexiva: muchas de nuestras ansiedades y discursos modernos sobre la Navidad se han convertido en rituales tan predecibles como decorar el árbol. Nuestras quejas son, de hecho, una tradición.
La lamentación anual sobre la comercialización de la Navidad es el primer ejemplo. Cada año, tanto en público como en privado, nos quejamos de que las tiendas empiezan antes y que se ha perdido el «verdadero espíritu». Sin embargo, como señala el historiador Martin Johnes, existe una ironía fundamental en esta queja. Si bien la actividad comercial previa a la Navidad se intensificó enormemente durante el siglo XX, el día de Navidad en sí mismo permaneció, en gran medida, como uno de los días menos comerciales del año, con la mayoría de los negocios cerrados.
Del mismo modo, el sentimiento de que la Navidad «era mejor en el pasado» se ha convertido en otra tradición moderna. Esta nostalgia recurrente, que impregna las conversaciones familiares y los medios cada diciembre, funciona como un «leitmotiv» que nos anima a reflexionar sobre el paso del tiempo y la familia. Quejarse de cómo ha cambiado la Navidad es, paradójicamente, una de las formas en que la mantenemos constante.
Esta dinámica se extiende al corazón mismo de la celebración: la familia. La Navidad pone un foco intenso en la esfera doméstica. Como observó el antropólogo Daniel Miller:
La Navidad puede [haber estado] en todas partes, pero la única Navidad verdadera [estaba] dentro del propio hogar.
Este enfoque ha sido también una fuente de conflicto. El sociólogo James Barnett señaló ya en 1954 que la Navidad familiar estaba «en gran medida controlada por las mujeres», que asumían la mayor parte de la carga. A medida que los roles sociales cambiaron a lo largo del siglo, las expectativas navideñas a menudo no lo hicieron. Esto ha generado nuevas tensiones, demostrando una verdad profunda sobre el conflicto en las tradiciones: este surge no solo cuando las costumbres cambian, sino también cuando los cambios no logran ocurrir para reflejar nuevas realidades sociales.
El Significado de una Navidad Perfectamente Imperfecta.
Si algo nos enseña la historia moderna de la Navidad, es que no es una entidad estática y atemporal descendida desde un pasado dorado. Es una creación dinámica, disputada y profundamente humana. Es un espejo que refleja nuestras más grandes aspiraciones y nuestros más profundos conflictos: la construcción de naciones, el choque de imperios, las tensioniones ideológicas, las ansiedades del consumismo y la compleja dinámica de nuestras propias familias. Ha sido reinventada una y otra vez para servir a diferentes propósitos, desde la unificación nacional hasta la propaganda de guerra.
Quizás la mejor encapsulación de esta experiencia navideña no se encuentre en un tratado de historia, sino en un libro infantil: Lucy and Tom’s Christmas (1981) de Shirley Hughes. El genio del libro radica en su honestidad. Retrata una festividad realista, llena de la anticipación mágica y la alegría de los regalos, pero también de las pequeñas frustraciones, el agotamiento y el «mal humor» ocasional de un niño abrumado. No es una imagen idealizada; es el retrato de una celebración perfectamente imperfecta, que equilibra lo maravilloso con lo mundano. Y es en esa mezcla donde reside su autenticidad y su poder duradero.
Al final, la historia de la Navidad moderna nos deja con una pregunta abierta y provocadora. Viendo cómo ha sido moldeada y reinventada tantas veces para reflejar las necesidades de cada época, ¿qué nuevos significados y tradiciones crearemos para ella en el turbulento siglo XXI?
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Sobre el autor:
Christopher (J.) Ferguson es historiador de la Gran Bretaña moderna y profesor asociado (Associate Professor) de Historia en Auburn University (Estados Unidos). Se formó en St. Olaf College (BA) y en Indiana University, donde obtuvo el MA y el PhD en historia británica y cultural, además de un minor interdisciplinar en estudios victorianos.
Su investigación se concentra, principalmente, en el largo siglo XIX (aprox. 1780–1870), con énfasis en historia urbana, cultura material y autobiografía (ego-documents). Es autor de An Artisan Intellectual: James Carter and the Rise of Modern Britain, 1792–1853 (LSU Press, 2016), un estudio microhistórico sobre un sastre y escritor inglés que ilumina transformaciones sociales e intelectuales asociadas a la industrialización.
Además de su trabajo sobre urbanización y vida cotidiana, Ferguson desarrolla proyectos “laterales” sobre consumo, comercio de segunda mano, cultura popular y la historia de la Navidad inglesa. Esa combinación de historia social, materialidad y cultura impresa le permite abordar la Navidad contemporánea como fenómeno global y conflictivo: simultáneamente doméstico, mediático, político y comercial, tal como se aprecia en su capítulo sobre los siglos XX y XXI.
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