Contemporaneo

Como puede ser un Dios de juicio un Dios de amor? Por Tim Keller.

En el cristianismo, Dios es a un tiempo Dios de amor y Dios de justicia. A muchas personas esto les crea un conflicto. Creen que un Dios amoroso no puede ser a la vez un Dios de juicio. Al igual que a la mayoría de responsables en una iglesia, se me ha hecho miles de veces esta pregunta: “¿Cómo puede un Dios de amor ser también un Dios de ira y enojo? Si es amoroso y perfecto, debería perdonar y aceptar a todas las personas, en vez de enojarse y mostrar ira”.

Mi respuesta en estos casos es empezar señalando que las personas gentiles y amorosas también se enfadan y se muestran iracundas en muchas ocasiones, y no precisamente por falta de amor, sino justamente por ese sentimiento. Cuando en verdad se ama a una persona, y ves cómo alguien le está arruinando la vida –con perjuicio asimismo para el agresor– no puedes menos que sentir enojo. Becky Pippert así lo refleja en su libro La esperanza tiene sus razones:

Piensa en cómo nos sentimos cuando vemos a alguien a quien amamos destrozado por actuaciones o relaciones poco sabias. ¿Reaccionamos entonces con benévola tolerancia, como si de alguien ajeno a nosotros se tratara? Nada de eso […] El enojo no es lo opuesto al amor. Lo es el odio, y la forma total y definitiva del odio es la absoluta indiferencia […] La ira de Dios no es una explosión de rabia, sino su reacción preventiva ante un cáncer […] que está devastando el interior de la raza humana, que Él ama con todo su ser.[1]

La relación entre el amor de Dios y Su Justicia.

La Biblia dice que la ira de Dios tiene su origen en el amor y el deleite que siente hacia su Creación. El mal y la injusticia es lo que le mueve a ira por ser agentes de destrucción de esa paz y de esa integridad. Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras. Jehová guarda a todos los que le aman, mas destruirá a todos los impíos. (Salmo 145:17–20)

Es en ese punto donde muchos se quejan de que los que crean en un Dios de juicio no van a dirigirse a sus enemigos con un deseo de reconciliación. Si se cree en un Dios que castiga a los que hacen el mal, puede que se vea incluso justificado participar en el castigo. El teólogo de Yale Miroslav Volf, croata de nacimiento y testigo directo de la violencia desatada en los Balcanes, no ve la doctrina del juicio divino de esa forma. En palabras suyas:

Si Dios no se enojara ante el engaño y la injusticia, y no pusiera fin a la violencia, no sería un Dios digno de adoración […] La única forma de poner coto a la violencia por propia agencia es insistiendo en que la violencia tan sólo es legítima cuando proviene de Dios mismo […] Mi tesis que afirma que la práctica de la no violencia requiere creer en la venganza divina no va a ser bien recibida por una gran mayoría […] en Occidente […] [Pero]se necesita la paz de un hogar estable para alumbrar la tesis que la no violencia [tiene su origen en la creencia en] un Dios que rehúsa juzgar. En una tierra requemada por el sol, y empapada de la sangre de víctimas inocentes, esa tesis pronto caería por tierra, a la par que tantos otros sutiles cautiverios de la mente liberal.[2]

En ese fascinante pasaje, Volf argumenta que es precisamente la falta de creencia en un Dios de venganza de lo que “se nutre en lo oculto la violencia”.[3] El impulso humano de hacer que los violentos paguen por sus delitos es irrefrenable. Y de nada van a servir frases manidas en la línea de “¿No ves que la violencia de nada va a servir?”. Si has visto cómo quemaban tu casa, violado y matado a tu familia, esa forma de hablar es risible, y pone en evidencia una ausencia de auténtico interés en la justicia. Aun así, no deja de ser también muy cierto que las víctimas de la violencia se sienten impulsadas a ir incluso más allá de un mero “Tú me has perjudicado con el ojo por ojo, y yo voy a sacarte los dos tuyos”. De hecho, se ven inexorablemente impelidos a poner en marcha un ciclo sin fin de desquite y venganza, de golpe por golpe, alimentados y justificados por el recuerdo de terribles atrocidades.

La Justicia Divina como medio de descanso. 

¿Puede nuestra pasión por la justicia ser honrada de forma tal que no fomente un deseo de venganza sanguinaria? Volf argumenta en ese sentido que la mejor solución al problema es creer firmemente en la justicia divina de Dios. Si no creo en la existencia de un Dios que hará que al final todo esté bien, empuñaré la espada y me dejaré arrastrar por el torbellino implacable de la revancha. Tan sólo si estoy seguro que hay un Dios que enderezará todo lo torcido, saldando toda deuda pendiente, tendré fuerzas para contenerme.

Czeslaw Milosz, poeta polaco galardonado con el Premio Nobel, fue el autor de un muy notable ensayo titulado El discreto encanto del nihilismo. En sus páginas trae a la memoria que Marx descalificaba la religión como “el opio del pueblo” porque la promesa de una vida eterna tras la muerte llevaba a los pobres y a las clases trabajadoras a soportar con resignación condiciones sociales injustas. Lo que le llevaba a Milosz a concluir que:

Estamos siendo ahora testigos de una transformación. El verdadero opio del pueblo es creer que no existe nada tras la muerte –el gran consuelo de pensar que todas nuestras traiciones, nuestra codicia, nuestros crímenes, no van a ser juzgados […] [pero] todas las religiones reconocen que las trasgresiones son imperecederas.[4]

Conclusion. 

Muchas personas se quejan que el creer en un Dios de juicio nos abocará a una sociedad todavía más brutal. Milosz ha sido testigo ocular, tanto en el nazismo como durante el comunismo, que la pérdida de la creencia en un Dios de juicio desemboca en brutalidad. Si disponemos de libertad para configurar nuestra vida y moral en la forma que queramos, sin tener en momento alguno que dar cuenta de nuestros actos, puede fácilmente degenerar en violencia incontrolada. Volf y Milosz sostienen por igual que la doctrina de un juicio final por parte de Dios es garantía indispensable para que pueda hacerse manifiesto el amor y la paz.

Mas artículos del autor aqui.

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Adaptado de: Timothy Keller, La Razón de Dios: Creer en una época de escepticismo, trans. Pilar Florez, 1a Edición. (Barcelona: Andamio; Gbu Conecta, 2014), 129–133.

Sobre el autor:
223894Timothy J. Keller (1950-), es un pastor, teologo y autor estadounidense. BA. Bucknell University, M. Div. Gordon-Conwell Theological Seminary, D. Min. Westminster Theological Seminary (PA). Keller fue profesor por en Westminster Theological Seminary (PA), donde enseñaba eclesiologia y plantaciones de Iglesias. Keller es uno de los teólogos mas influyentes en el cristianamos en la actualidad tanto en Estados Unidos como Europa. Entre sus temas de interés e investigación estan: Apologética, Religion versus evangelio, Ministerio Urbano, Justicia Social y Política, Idolatría versus Adoración, entre otros. Keller es pastor de la Iglesia Presbiteriana del Redentor en Nueva York, (USA). Entre sus numerosos libros se encuentran: «La Cruz del Rey», «La Razon del Matrimonio», «Iglesia Centrada», » Justicia Generosa», entre muchos otros disponibles en español.

[1] Rebecca Pippert, Hope Has Its Reasons (Harper, 1990), Capítulo 4, “What Kind of God Gets Angry?”.

[2] Miroslav Volf, Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of Identity, Otherness, and Reconciliation (Abingdon, 1996), pp. 303–304.

[3] Volf, Exclusion and Embrace, p. 303.

[4] Czeslaw Milosz, “The Discreet Charm of Nihilism”, New York Review of Books, 19 Noviembre, 1998.

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