Por James Montgomery Boice
Si el primer mandamiento se refiere al objeto de nuestro adoración, el segundo a la manera como hacerla. No solo debemos adorar al Dios verdadero, sino también de la manera como El lo exige. El primer mandamiento prohíbe la adoración del dioses falsos. El segundo mandamiento no se refiere a la adoración de ídolos, sino a la adoración del Dios verdadero por medios inadecuados, que El no ha ordenado, como imágenes. Es decir, Dios no solo prohíbe la adoración de otros dioses, sino también de si mismos a través de maneras inadecuadas.
“No te harás ningún ídolo (imagen tallada), ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. “No los adorarás (No te inclinarás ante ellos) ni los servirás (ni los honrarás). Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que Me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que Me aman y guardan Mis mandamientos. Éxodo 20.4–6
La adoración de Dios mediante imágenes o para enriquecer la adoración de Dios no parece ser un asunto tan grave. Pero ¿Qué puede estar mal en la utilización de imágenes en la adoración si sirven de ayuda? Algunos afirman que las imágenes les sirven para concentrar su atención. Sin embargo, el mandamiento tiene advertencias fuertes “Soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que Me aborrecen”. La pregunta es, ¿Por qué es un pecado tan grave para Dios. Esto es:
- Las imágenes deshonran a Dios. Deshonran a Dios porque opacan la gloria de Dios. Esto no es lo que el adorador cree, por supuesto —él o ella creen que la imagen representa algún aspecto valioso de la gloria de Dios— pero no existe nada material que pueda representar los atributos de Dios de manera adecuada. Por ejemplo, no mucho después que Moisés había subido al monte Sinaí para recibir la ley, los israelitas que se habían quedado abajo esperándolo comenzaron a inquietarse y le solicitaron a Aarón, el hermano de Moisés, que les hiciese un ídolo. Argumentaban que no sabían lo que le había sucedido a Moisés y que necesitaban de un dios que fuera delante de ellos en su viaje. Aarón hizo como le fue solicitado, les tomó el oro y la plata y creó un becerro, posiblemente una versión en miniatura de los dioses en forma de bueyes que existían en Egipto. Lo que es interesante de la actitud de Aarón, sin embargo, es que él por lo menos nunca creyó que el becerro representara otro dios. Por el contrario, lo consideraba como la imagen visible de Dios, como surge claramente de la lectura de la narración que relata estos acontecimientos. Aarón identificaba al ídolo con el Dios que había sacado al pueblo de la tierra de Egipto (Éx 32:4), y anunciaba su dedicación con estas palabras: «Mañana será fiesta para Jehová» (Éx 32:5). Posiblemente, Aarón hubiera dicho que la elección de un becerro (o un buey o un toro) sugería el grandioso poder de Jehová. Pero aquí es precisamente donde radicaba su equivocación. Un becerro, e incluso un toro muy grande, nunca podrían haber representado el verdadero poder de Dios. Los israelitas estaban en realidad rebajando a su verdadero y grandioso Dios a la categoría de los impotentes dioses semejantes a bueyes que había en Egipto.
Uno de los motivos de las plagas en Egipto había sido el manifestar la superioridad de Dios por sobre todos los demás dioses egipcios.
Al convertir el agua del Nilo en sangre, Dios estaba manifestando su poder sobre los dioses del Nilo, Osiris, Hapimon y Tauret. Al producir una invasión de ranas, Dios estaba manifestando su poder sobre la diosa Hekt, la cual es siempre representada con la cabeza y el cuerpo de una rana, y así. El juicio contra los primogénitos de todos los egipcios, incluyendo al primogénito de Faraón quien había de ser el siguiente «dios supremo». El Dios de Israel no podía ser colocado en la misma categoría, pero esto fue lo que hizo Aarón cuando creó una representación de él.
- Las imágenes desvían al adorador. Es así como en el ejemplo del becerro que hizo Aarón, el resultado de la «fiesta» era totalmente distinto al día de reposo santo que Dios en ese mismo instante le estaba describiendo a Moisés en el monte de Sinaí. La fiesta se convirtió en una orgía donde casi todos los mandamientos, si no todos, fueron también quebrados.
Es importante también considerar el lado positivo de este segundo mandamiento. Debemos ser en extremo cuidadosos para descubrir como él es realmente para así poder adorarle cada vez más como el único y grandioso Dios del universo, trascendente, espiritual e inescrutable. ¿Lo adoramos de esa manera? De ningún modo. En lugar de buscar conocerlo para poder adorarlo debidamente, le damos la espalda para crearnos dioses a nuestra medida. “…Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro 1:21–23).
Conclusión.
Esta es la razón detrás de la severa advertencia que cierra el segundo mandamiento. Dios no es celoso de la manera como nosotros definimos los celos y, por lo tanto, algo resentido cuando lo ignoramos. Cuando lo ignoramos, esta actitud está demostrando tal ingratitud, vanidad y pecado, que merece el juicio de Dios. Pero al mismo tiempo que habla de juicio, Dios también está hablando de tener misericordia sobre muchas de las generaciones de aquellos que le aman y guardan sus mandamientos. No solo debemos adorar al Dios verdadero, sino que debemos hacerlo como El lo manda. Es escalofriante pensar que, al igual que Israel, podemos tener la doctrina correcta sobre el Dios verdadero, pero sin embargo adorarlo, incluso en nuestras iglesias, de una manera que El aborrece.
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Acerca del autor:
James Montgomery Boice (1938-2000), pastor, teólogo y maestro. Sirvió como pastor en “Tenth Prebyterian Church” en Filadelfia, USA, desde 1968 hasta su muerte. Conocido autor y orador en círculos evangélicos. Boice obtuvo su B.A. de la Universidad de Harvard (1960), un B.D. en Seminario Teológico de Princeton (1963), y su Doctorado en Teología en la Universidad de Basilea en Suiza. (1966). Autor de mas de veinte libros y comentarios, entre los que se encuentran; “Las Parábolas de Jesús”, “Las Doctrinas de la Gracia: Redescubriendo la esencia del evangelio”, “El llamado de Cristo al discipulado”.
Adaptado de: James Montgomery Boice, «LOS DIEZ MANDAMIENTOS: EL AMOR DE DIOS», en Ética cristiana (Miami, FL: Editorial Unilit, 2002), 423–427.