Introducción
Le importa a Dios como adoremos? Prescribe la Biblia una manera de hacerlo? Ahora que está reunida la iglesia, ¿qué debemos hacer cuando nos reunimos cada domingo? ¿Cómo lo debemos hacer, y porqué de tal manera? ¿Tiene sentido pensar en como “debemos” hacer las cosas en una reunión de adoración congregacional? ¿Nos proporciona la Biblia más libertad que eso? En este artículo, pensaremos acerca de las razones bíblicas para permitir solo a la Escritura evaluar y estructurar nuestras reuniones de adoración.
El Principio Regulador
El Principio Regulador establece que todo lo que hacemos en una reunión de adoración debe ser claramente justificado por la Escritura. Una clara justificación puede tomar la forma de un mandamiento bíblico claro, o una implicación buena y necesaria de un texto bíblico. El Principio regulador históricamente ha competido con el principio Normativo, precisado por el ministro anglicano Richard Hooker. Hooker discutía con Martín Lutero: “en tanto que una práctica no esté bíblicamente prohibida, una iglesia es libre de usarla para su vida congregacional y adoración”. El Principio Regulador prohíbe cualquier cosa no ordenada por la Escritura, mientras que el Principio Normativo permite cualquier cosa que no esté prohibida por la Escritura.[1] Es importante notar también que el Principio Regulador solo se refiere a la manera que la adoración debe ser estructura en la Congregación, no privada.
Sería provechoso empezar con la nota irónica de D.A. Carson que “teológicamente, los servicios serios y ricos de ambos lados, a menudo, tienen más contenido común que el que usualmente reconoce cualquiera de los dos.”[2] Carson pasa a observar que “no existe ningún solo pasaje en el NT que establezca un modelo para la adoración congregacional.”[3] Aun al guiar el pueblo de Dios en la adoración congregacional, estamos en cierto sentido atando sus conciencias a participar en cada parte del servicio, y tal atadura es legítima en la medida que tenga una advertencia escritural positiva, porque solo la Escritura es digna de atar la conciencia y la función, como la regla final de fe y práctica. No es sorprendente que la Escritura esté repleta con ejemplos de Dios cuidando profundamente los “comos” en nuestra adoración congregacional.
La Adoración es el Propósito de la Redención
En múltiples ocasiones en Éxodo 3–10, la adoración congregacional dice ser el propósito de la redención. Si la adoración congregacional es el objetivo de la redención, entonces solo tiene sentido que Dios revele, a Su pueblo redimido, como quiere que le adoremos cuando nos reunimos. Y esto es exactamente lo que encontramos haciendo a Dios cuando su pueblo llega al Monte Sinaí. ¿Sería Dios tan descuidado en dejar el propósito de Su Obra de Redención a la imaginación de un pueblo idólatra (vea Éxodo 32)? No, Dios había prometido -en Éxodo 3:12- que el encargo de Moisés sería confirmado cuando Israel adorara a Dios en la montaña, donde Él se apareció en la zarza ardiendo. Dios escogió el lugar y escogió el tiempo. Y cuando Israel llegó al Sinaí, Dios le dio la bienvenida, en Éxodo 20–40, estipulándole los términos y procedimientos en que la adoración a Él sería practicada. Para Él, la adoración congregacional es demasiado importante para el propósito de la redención de Dios, como para dejar los detalles concretos de ello a personas como nosotros.
A Dios le importa como el pueblo adoró en el Antiguo Testamento
- Éxodo 20:4. El segundo mandamiento deja claro que Dios tiene cuidado acerca de cómo Su pueblo le adora, no solo que lo adore solo a Él. “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” Dios prohíbe cierta forma de adoración, aun cuando esa forma de adoración sea dirigida a Él.
- Éxodo 32:1–10. Al hacer el becerro de oro, Israel estaba intentado crear una alternativa al sistema de adoración que Dios había revelado a Moisés en Éxodo 25–30. El celo, y la reacción violenta de Dios, indica cuan seriamente Él se toma a sí mismo y a su adoración (Ex. 32:7–10). Nosotros no debemos adorarle en cualquier forma que nos parezca correcta. Debemos adorarle en Sus términos, y en la manera que Él ha revelado.[4]
A Dios le importa como el pueblo adoró en el Nuevo Testamento
- Juan 4:19–24. Jesús le dice a la mujer, en el pozo, que la adoración Samaritana era inadecuada porque estaba solamente basada en una perspectiva de Dios en el Pentateuco, y no en todo el Antiguo Testamento. Su sinceridad era necesaria, pero no suficiente. Su adoración era inadecuada, porque la adoración apropiada es una respuesta de aquellos a quienes Dios les ha revelado su ser; y si la adoración es una respuesta a la revelación, entonces debe estar de acuerdo con esa revelación. Jesús señala que Dios está buscando específicamente a aquellos que lo adorarán en “espíritu y en verdad” (v. 24). En otras palabras, ellos adorarán a Dios por el Espíritu que mora en ellos, de acuerdo a la propia revelación de Dios mostrada plenamente en Jesucristo. Para nosotros, la sinceridad es esencial, pero no es suficiente; pues la adoración es regulada por la revelación.
- 1 Corintios 14. En sus instrucciones acerca de la adoración congregacional, Pablo anima a la profecía en vez del hablar en lenguas (vv. 1–5). Si se habla en lenguas, “los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen” (v. 29); sin embargo ¿como podrían medir lo que se dice en la asamblea sino solo por la balanza de la Escritura? Pablo llega al razonamiento: “…Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (v. 33).
Conclusión.
El carácter revelado de Dios tiene implicaciones regulativas sobre como debemos adorarle. Lo que es aun más llamativo es que Pablo mismo por la autoridad apostólica, concedida en él por el Espíritu, ¡está regulando cuantos profetas pueden profetizar al mismo tiempo, por el mismo Espíritu! En otras palabras, la revelación apostólica dada a Pablo por el Espíritu está regulando, aun, como son ejercitados los dones carismáticos, inspirados por el Espíritu, en la iglesia. La adoración congregacional –aun la adoración carismática- es regulada por la revelación.
Acerca del autor:
Mark Dever (1960-). Realizo estudios en Duke University (BA), Gordon-Conwell Theological Seminary (MDiv.), Southern Baptist Theological Seminary (MTh), y Cambridge University (PhD). Dever, es el pastor principal de «Capitol Hill Baptist Church» in Washington, D.C. (US), y presidente del ministerio «9 Marcas», ministerio que tiene como proposito ayudar a fundar iglesias bíblicas. Es miembro también de la «Alianza Evangélica de Iglesias Confesantes» (Alliance of Confessing Evangelical Churches). Entre sus obras principales (en ingles), se cuentan: «Nueve Marcas de una Iglesias Saludable» (2004), «El Mensaje del Nuevo Testamento: Promesas Cumplidas» (2005), «El mensaje del Antiguo Testamento: Promesas Hechas» (2006), «Doce retos que la Iglesia afronta» (2008), «Es bueno: Exposición en la Expiación Substitutoria» (2010), entre muchos otros.
[1]Cf. D.A. Carson, Worship by the Book (Adoración siguiendo las reglas y obedeciendo las leyes) (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 2002), 25, 54–55.
[2]Ibid., 55, énfasis original.
[3]Ibid.
[4]Vea también Levítico 10:1–3, donde Dios e quita la vida a Nadab y a Abiú por ofrecer “fuego extraño” ante El; o en 1 Cron. 13:7–11, donde Dios mata a Uza por tocar el arca para evitar que se cayera del carro que Dios no había dado autorización para tal transportación (Ex. 25:14; 1 Cron. 15:13).
Adaptado por Gustavo Requejo de: Mark Dever y Paul Alexander, La Iglesia Deliberante: Una Iglesia Organizada, Dirigida y Sirviendo de Acuerdo a la Palabra (Publicaciones Faro de Garcia, 2009), 48–50.