Hasta ahora hemos argumentado que tanto el arrepentimiento como la fe son elementos importantes de un mismo evento denominado «conversión». Es cierto que a veces, cuando se proclama el evangelio, el llamado que se hace es al arrepentimiento (Hechos 2:38), mientras que en otros es a creer (Hechos 16:31). No hay duda, sin embargo, y la mayoría de los estudiosos estarán de acuerdo con esta afirmación, que a la luz de la predicación de Jesús (Marcos 1: 14-15), ambos elementos son los componentes básicos de un evento único de conversión.[1] Como señala el Dr. Ferguson: «Aquí el arrepentimiento y la fe van de la mano. Ellos denotan dos aspectos en la conversión que son igualmente esenciales para que ésta tenga lugar. De manera que, cada término implica la presencia del otro, por cuanto cada realidad (el arrepentimiento o la fe) es la sine qua non del otro».[2] En efecto, cuando hablamos de la conversión, el arrepentimiento no puede existir sin la fe, ni tampoco la fe sin el arrepentimiento.
Por supuesto, esto no quiere decir que toda persona que cree el evangelio experimentará, en igual dosis, un sentido de arrepentimiento y confianza. La realidad y nuestras experiencias nos muestran que cada persona responde al evangelio de manera diferente. Dependiendo de la forma en la cual se presenta el mensaje y las diferentes necesidades que una persona pueda tener en aquel momento específico, algunas personas podrían experimentar un mayor sentido de culpa y tristeza a causa de su pecado, mientras que otras podrían experimentar una mayor sensación de asombro y admiración a Cristo, debido a su amor y admirable gracia. Independientemente de la experiencia que una persona pueda tener, ambos elementos, tanto el arrepentimiento como la fe, deben estar presentes para que la conversión tenga lugar. El Dr. Ferguson una vez más señala:
En cualquier individuo en particular, a nivel de la conciencia, podría predominar un sentido de arrepentimiento o de confianza. Lo que esta unificado teológicamente podría estar diversificado psicológicamente. Por lo tanto, un individuo profundamente condenado por la culpa y la esclavitud del pecado podría experimentar un abandono del mismo (el arrepentimiento) como la parte dominante en su conversión. Otros (cuya experiencia de convicción va creciendo después de su conversión) podrían tener un sentido dominante de la maravilla del amor de Cristo, con un grado menor de agonía en el alma dentro del plano psicológico. Aquí el individuo esta más consciente de confiar en Cristo que del arrepentimiento del pecado.[3]
Independientemente de la sensación psicológica que la persona tenga en el momento de su conversión, ya sea que esta perciba un grado mayor de culpa y odio por el pecado, o un grado mayor de gozo y admiración por Cristo, la realidad teológica es que, dentro del evento único de la conversión, tanto el arrepentimiento como la fe están presentes.
Implicaciones para el Ministerio
La preocupación y el celo honesto de algunos teólogos conservadores como el Dr. Hixson y el Dr. Ryrie de querer proteger el evangelio de cualquier tipo de obra humana que se le pudiera atribuir, les ha llevado a sugerir que en la conversión, tanto el arrepentimiento como la fe, no necesariamente significan el abandono del pecado, sino más bien el reconocimiento de la gloria de Cristo.[4] Por más bien intencionado que esto sea, la implicación de tal modo de pensar podría ser espiritualmente desastrosa, ya que podría llevar a muchos a una especie de antinomismo[5], y pero aún, a una falsa seguridad de salvación.
Mal entender la naturaleza del arrepentimiento y la fe en la salvación puede traer consecuencias nefastas en el oyente y puede diluir el impacto y la fidelidad del mensaje del evangelio expresado por el predicador. En lo que concierne al oyente, aunque es muy importante que reconozca la gloria y la belleza de Cristo, este reconocimiento no es más que hipócrita, si es que no viene acompañado con una sed de hacer morir el pecado. Amar y apreciar la obra y la gloria de Cristo nunca debe divorciarse de una constante renuncia al pecado. Hacerlo podría ser un claro indicador de una existencia completamente desconectada del salvador, y por la tanto un futuro apartado de su presencia (Juan 15). Toda persona que escucha el evangelio debe abrazar la gloria de Cristo y al mismo tiempo debe hacer morir al pecado. Tomemos en serio la exhortación del gran predicador puritano John Owen:[6]
Trae tu lujuria al evangelio, no para recibir alivio, pero para que tengas mayor convicción de su culpa. Contempla a aquel a quién has traspasado y ten amargura. Di a tu alma, ¿qué es lo que he hecho? ¡Tal amor, tal misericordia, tal sangre, tal gracia he despreciado y pisoteado! ¿Es esto lo que devuelvo al Padre por su amor, al hijo por su sangre, al Espíritu Santo por su gracia? ¿Compenso así al Señor? … Considera diariamente esto en tu conciencia. Si esto no hace que ella se hunda y se derrita en alguna medida, temo que tu caso es peligroso.
Conclusión.
En lo que concierne al predicador, es muy importante que este entienda que el arrepentimiento es un componente elemental del gran regalo de la salvación que Dios ofrece. Percibir el arrepentimiento como una obra meritoria humana mediante la cual el hombre se acerca a Dios, confunde la enseñanza de las Escrituras por cuanto ignora el hecho de que tanto el arrepentimiento y la fe son regalos inmerecidos de Dios (Hch 11:18, Rom 2: 4; Efe 2: 8; 2 Tim 2 : 25). Una vez entendida esta verdad, el predicador debe seguir el ejemplo del Señor Jesús y de sus apóstoles en comunicar el evangelio haciendo énfasis en las dos caras de la moneda. Es decir, el predicador debe instar a su audiencia a arrepentirse y a creer el evangelio. Enfatizar un solo componente constituirá un mensaje diluido, o pero aún, un falso evangelio.
Finalmente debemos entender que la Escritura «llama a hombres y a mujeres no solo a una conversión inicial, sino a una conversión continúa que los conforma más a Jesucristo tanto en palabra como en hecho.»[7] Esto significa que a lo largo de toda nuestra vida cristiana hay una necesidad continua de arrepentimiento y confesión (1 Juan 1:8-9; Stg. 5:16), de hacer morir a la carne (Col 2:11; 3:5, 8-9) y de abandonar el viejo hombre (Col 3:10). También hay una necesidad continúa de poner en práctica nuestra fe. De confiar día a día en el Señor y de depender constantemente de su poder (2 Cor 5:7).
Acerca del autor:
Moises Zumaeta nació en Pucallpa, Perú. Obtuvo su bachillerato en Estudios Pastorales (BEP) del Seminario Teológico Bautista (Lima, Perú) en el 2009. Luego continuó sus estudios en Clark Summit University of Pennsylvania, EE.UU. (antiguamente, Baptist Bible Seminary), de donde recibió su Maestría de Artes (MA) en el año 2013 y su Maestría en Divinidades (MDiv) en el año 2015. Él también ha servido como pastor asociado en la Iglesia Bautista de Gracia, en Lima, Perú y como profesor en el Seminario Teológico Bautista de Lima en donde enseñó teología bíblica, griego y exégesis del Nuevo Testamento. Moises ha escrito varios artículos en relación a la interpretación del Nuevo Testamento y el libro, La Biblia en nuestro idioma, publicado el 2015. Moises está casado con Kelly y juntos tienen tres hermosos hijos: Krista, Lucas y Matthew. Actualmente radican en los EE.UU en donde Moises espera hacer sus estudios doctorales en Nuevo Testamento, en las áreas de crítica textual y teología bíblica de los evangelios sinópticos.
[1] Creo que tanto el Dr. Ryrie como el Dr. Hixson estarán de acuerdo con esta afirmación aunque, como ya hemos visto, su definición de arrepentimiento será diferente de lo que se esta proponiendo aquí.
[2] Sinclair Ferguson, «Faith and Repentance.» Table Talk Magazine, 1 de Junio del 2013, Accedido 14 de Diciembre del 2013. http://www.ligonier.org/learn/articles/faith-and-repentance/.
La expresión sine qua non es una locución latina que literalmente significa «sin la cual no». Esta expresión se utiliza para comunicar que una acción, condición o ingrediente, es necesario y esencial para la existencia o funcionamiento de otro.
[3] Ferguson, «Faith and Repentance.»
[4] Es importante aclarar que estos académicos no niegan la importancia de la piedad en la vida del creyente. Ciertamente ellos creen y enseñan que cada creyente debe procurar crecer en santidad para la gloria de Dios. Lo que sugieren es que, en la salvación, el llamado a la conversión no tiene como requisito el abandono de los pecados, puesto que lo perciben como una obra humana.
[5] Antinomiso proviene de los vocablos griegos anti (sin) y nomos (ley), y en su forma más simple enseña que Dios no demanda que los creyentes obedezcan sus leyes morales.
[6] John Owen, Of the mortification of sin in believers; the necessity, nature, and means of it: with a resolution of sundry cases of conscience thereunto belonging. 2nd. ed (1658), 70.
[7] Demarest, The Cross And Salvation, 271.
Categorías:Cristo y Evangelio, Teologia Sistematica, Zumaeta, Moises