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Amar a Dios es Obedecerle: 1 Juan 2:3-6, por Howard Marshall

Hace unas semanas el ministerio ‘Teología para Vivir’, en colaboración con la Iglesia ‘La Capilla de la Roca’, comenzaron una serie de sermones expositivos en 1 Juan. Cada sermón está acompañado de una exposición de la Palabra en video, el bosquejo y contenido del sermón preparado por el expositor, así como un comentario adicional de acuerdo al pasaje en cuestión. La finalidad de esto es poder ayudar y motivar a los predicadores a predicar expositivamente de las Escrituras. El comentario que se presenta a continuación, esperamos que sirva como un complemento al sermón y el bosquejo, a fin de facilitar aún más a los predicadores la preparación de sus sermones expositivos.

Amar a Dios es obedecerle: 1 Juan 2:3-6

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Amar a Dios es obedecerle: 1 Juan 2:3-6

1 Juan 2:3–6

  1. Y en esto sabemos que Lo hemos llegado a conocer: si guardamos Sus mandamientos.

  2. El que dice: “Yo Lo he llegado a conocer,” y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.

  3. Pero el que guarda Su palabra, en él verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios. En esto sabemos que estamos en El.

  4. El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo.

Comentario.

En esta sección continúa el tema de la sección anterior. Esto se aprecia en la forma en que el autor trata la clase de afirmaciones que podrían hacer sus opositores (2:4; cf. 2:9) y muestra que son incompatibles con ciertas formas de vida. También se ve en la forma en que la idea de la luz, que introdujo la sección anterior (1:5), reaparece por última vez en la epístola para concluir esta sección. Pero la enseñanza está ahora más dirigida a los lectores de Juan, en forma de exhortación, que a sus opositores. Antes se habló de la relación del cristiano con Dios en términos de comunión con él; ahora se habla de ella como el conocimiento de Dios que «permanece» (o vive) en él. Si antes el acento estaba en la necesidad de reconocer el propio pecado y dar pasos para enfrentar esta barrera para la comunión con Dios, ahora Juan habla más positivamente de los mandamientos que los cristianos deben cumplir.

Verso 3. Y en esto sabemos que Lo hemos llegado a conocer: si guardamos Sus mandamientos.  

El pensamiento del conocimiento de Dios aparece aquí por primera vez, aunque ya nos habíamos encontrado con la idea del conocimiento de la verdad en 2 Juan 1. Lo abrupto de la idea es mitigado por el hecho de que las anteriores referencias del escritor a la comunión con Dios (1:3, 6, 7) son formas alternativas de expresar la misma realidad. Sin embargo, no se evidencia la relación del pensamiento con los versículos inmediatamente anteriores. Probablemente la clave está en el versículo 4, donde tenemos otro lema de los opositores de Juan que es parte de la serie de lemas iniciada en el capítulo 1. Si es así, entonces Juan simplemente pasa de la pretensión de sus opositores de vivir en la luz (1:6) a la pretensión de conocer a Dios, y en la misma forma que en 1:5, inserta su punto básico antes de proceder a evaluar las afirmaciones de sus opositores a la luz de él; por lo tanto aquí hace lo mismo enunciando primero su propia convicción.

Uno de los temas favoritos de la religión antigua era el conocimiento de Dios. Era particularmente común en un conjunto de religiones que han llegado a conocerse como «gnósticas» (del griego gnōsis, «conocimiento»). Aunque florecieron en el siglo ii, algunos de sus temas eran moneda corriente anteriormente y sus raíces se remontan bastante atrás. Para algunas religiones de esta clase, el «conocimiento» de Dios significaba algún tipo de experiencia mística o visión directa de lo divino. Para otras significaba el conocimiento de mitos esotéricos, a veces recibido en visiones, que daba salvación a los iniciados en ellos. En ambos casos el conocimiento era una experiencia puramente religiosa que tenía poco que ver con la conducta moral. La evidencia que hemos recogido en esta epístola sugiere que los opositores de Juan no estaban muy preocupados con respecto al pecado y el mal, y no pensaban que el pecado era una barrera para la comunión con Dios.

En el Antiguo Testamento es relativamente raro encontrar la idea de que los hombres conozcan a Dios, aunque era algo que los profetas esperaban (Jer. 31:34; cf. He. 8:11). Por el contrario, es más frecuente que los profetas se quejen de que el pueblo no conoce a Dios (Job 36:12; Jer. 9:6; Is. 1:3; 5:13; 1 S. 2:12) y necesita que se le diga que debe conocerlo (1 Cr. 28:9; Jer. 9:24). La señal de conocer a Dios es la obediencia a sus mandamientos y el reconocimiento de vivir de la manera que él espera de su pueblo. Cuando Oseas, por ejemplo, se queja de que no hay conocimiento de Dios en la tierra, inmediatamente añade que «perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen» (Os. 4:1s.). Así pues, conocer a Dios implica el conocimiento de su carácter y exigencias, y obediencia a esas exigencias.1

Cuando Juan habla de conocer a Dios emplea el tiempo perfecto.2 Esta manera de expresarse indica que tiene en mente una experiencia pasada cuyos resultados continúan: «Hemos llegado a conocerlo.»3 El pronombre «lo» probablemente se refiere a Dios el Padre. Es verdad que la persona más cercana a quien el pronombre puede referirse es Jesús (v. 2), pero Juan no tiene mucho cuidado en estos asuntos. En la práctica, Dios el Padre y Dios el Hijo no pueden ser distinguidos demasiado marcadamente como los objetos de la experiencia cristiana, y el uso de los pronombres refleja esta ambigüedad.4

Pero, ¿cómo sabe una persona que conoce a Dios? Esta es la pregunta que Juan tiene en mente y que contesta diciendo que «podemos estar seguros [literalmente, sabemos] de que hemos llegado a conocerlo». Se trata del asunto de la seguridad religiosa. Para muchas personas hoy día toma la forma de la pregunta: «¿Cómo puedo saber que soy cristiano? No me siento nada diferente. No tengo ninguna experiencia religiosa.» Otros pueden haber tenido algún tipo de experiencia y la pregunta que se hacen es: «¿Cómo puedo saber si mi experiencia fue una experiencia religiosa? ¿No sería algo que tal vez tenía una explicación puramente natural?» En el versículo 3 Juan escribe con un propósito positivo, para asegurarles a sus lectores que su experiencia de Dios era genuina. Podemos saber por esto:5 La prueba es si guardamos sus mandamientos. Deliberadamente esta prueba es formulada en forma condicional, ya que puede o no puede ser verdad de cada uno de los lectores: cada uno debe preguntarse si cumple las condiciones. Bultmann hace la valiosa observación de que el escritor no está sugiriendo que se cumplan ciertas condiciones antes de que una persona pueda llegar a conocer a Dios; obedecer los mandamientos de Dios «no es la condición sino más bien la característica del conocimiento de Dios. No hay conocimiento de Dios que a la vez no sea ‘guardar sus mandamientos’.»6

En 2 Juan 4–6 vimos que el amor a Dios se expresa en guardar sus mandamientos. Este hecho anula cualquier sugerencia de que guardar los mandamientos sea una condición de salvación o un medio de asegurar el favor de Dios por nuestros propios esfuerzos. Es más bien el resultado del amor a Dios, la evidencia tangible de la presencia de ese amor. Por el momento Juan no detalla el contenido de los mandamientos, aunque por los versículos 10 y 11 es claro que tiene en mente principalmente la obligación de los cristianos de amarse los unos a los otros.

Aquí, entonces, está la prueba por la cual los lectores pueden estar seguros de que conocen a Dios. Puede ser difícil saber si la experiencia espiritual de uno es un conocimiento genuino del Dios invisible; es más fácil mirar la propia conducta y ver si se ajusta a los mandamientos de Dios. Sin embargo hay una dificultad aquí que no debe ser pasada por alto. Obedecer los mandamientos es una señal de conocer a Dios, mientras que pecar es una señal de ignorancia de Dios. ¿Cuán absolutas son estas condiciones? Ciertamente sería tan poco razonable decir que la obediencia perfecta es una señal de verdadero conocimiento espiritual como lo sería afirmar que una persona debe estar totalmente hundida en el pecado antes de que se pueda decir que es ignorante de Dios. Es claro, entonces, que Juan no puede estar diciendo que es necesaria la obediencia perfecta de los mandamientos de Dios antes de poder decir que lo conocemos. De otra manera estaríamos contradiciendo su propia enseñanza de que ninguno de nosotros puede decir que está sin pecado. La cuestión es si tratamos de (y en cierta medida logramos) obedecer los mandamientos de Dios.7

Verso 4. El que dice: “Yo Lo he llegado a conocer,” y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.  

El autor vuelve ahora su atención al aspecto negativo del asunto y hace una advertencia a cualquiera que afirme haber llegado a conocer a Dios y sin embargo no obedezca sus mandamientos. Como ya se ha sugerido, el lema «Yo conozco a Dios» debe haber surgido de las mismas personas que afirmaban tener comunión con Dios en 1:6. Juan, por tanto, repite la misma idea en palabras diferentes. Estas personas no se preocupaban por los mandamientos de Dios. Juan no vacila en decir que sus pretensiones de conocer a Dios son falsas8 y que la verdad de Dios no está en ellos (1:8).9 Atacaba sus pretensiones de conocer a Dios señalándoles sus pecados de comisión (1:6) y de omisión (este versículo).

Verso 5. Pero el que guarda Su palabra, en él verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios. En esto sabemos que estamos en El.  

El pensamiento del autor en los versículos 3 a 5 sigue una estructura «A B A». Luego de enunciar un contraste con su idea original, reformula este punto nuevamente. Su propósito era asegurar a los lectores que obedecían los mandamientos de Dios que ellos realmente conocían a Dios, y exhortar a aquellos que estaban bajo la influencia de la enseñanza de sus opositores a seguir sus instrucciones. De allí que ahora enfoque la condición expresada en el versículo 3 y hable de la recompensa que está reservada para quienes la cumplen. Sin embargo, en lugar de hablar de obedecer los mandamientos de Dios, habla en forma más amplia de obedecer la palabra de Dios, esa palabra que no es obedecida por quienes niegan haber pecado (1:10). Esta expresión va más allá de la idea de guardar los mandamientos de Dios e incluye el concepto de recibir y creer en sus promesas. Si un hombre hace esto, no sólo tiene la verdad de Dios en él (lo contrario de la afirmación del versículo 4), sino que «verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado en él».10

Los comentaristas debaten si «el amor de Dios» significa (a) «el amor de Dios al hombre» (indudablemente el significado de 4:9), (b) «el amor del hombre a Dios» (el significado más probable de 2:15 y 5:3), o (c) «la clase de amor que tiene Dios». El hecho es que aquí las tres interpretaciones son posibles; de Jonge se pregunta si Juan era consciente del tipo de distinciones que hacen los gramáticos modernos. Naturalmente, es verdad que nuestro amor a Dios es un reflejo del amor de Dios a nosotros y una respuesta a ese amor; de manera que el que guardemos la palabra de Dios es una señal de que el amor de Dios ha completado su obra en nosotros. Por otro lado, las expresiones paralelas en 2:15 y 5:3 refuerzan la opinión de que Juan tiene en mente principalmente nuestro amor a Dios antes que el amor divino que produce esta respuesta en nosotros. Se podría sugerir también que «el amor de Dios» es paralelo al «conocimiento de Dios» en los versículos 3 y 4.11

Tal amor «verdaderamente se ha perfeccionado». «Verdaderamente» sugiere que el autor tiene en mente las realidades de la situación comparadas con las pretensiones posiblemente sin fundamento del hombre que dice «Yo amo a Dios» (4:20). «Se ha perfeccionado» significa que el amor del cristiano es completo y maduro.12 Fueron ésta y otras referencias de la epístola (4:12, 17s.) las que llevaron a Juan Wesley a su doctrina del «amor perfecto» como característica del cristiano maduro.13 Esta frase es bíblica, mientras que la frase estrechamente relacionada, «perfección cristiana», no lo es, y está abierta a malentendidos. El concepto de Wesley expresa lo que Juan evidentemente consideraba como la característica normal del cristiano. Recibir y obedecer la palabra de Dios es ser perfeccionado en el amor. La idea de agradar y servir a Dios ocupa el lugar supremo en los motivos del cristiano y moldea su conducta. Sin embargo, es sorprendente pensar que se pueda atribuir «la perfección» al amor demostrado por el cristiano común.14 Debemos tener en cuenta dos cosas: primero, que la perfección no es incompatible con más progreso y desarrollo, y, segundo, que la afirmación de Juan aquí debe ser colocada (paradójicamente) junto a su anterior afirmación de que está mal decir «no tenemos pecado». Lo que nos presenta aquí es una promesa divina y no una afirmación que orgullosamente podríamos hacer respecto a nosotros mismos.

En realidad, muchas de las críticas a la enseñanza del amor perfecto ha surgido del peligro que corren sus proponentes de pretender tener un amor perfecto y caer así en el pecado del orgullo. Pero el que orgullosamente pretende tener amor perfecto muestra por ese mismo hecho que ha malentendido la naturaleza del amor cristiano. Más adelante se verá claramente en la epístola que lo que Juan quiere decir con «amor» es la clase de amor que Dios mostró al dar a su Hijo para que fuera el Salvador del mundo. Es la clase de amor que no busca recompensa personal, sino el beneficio de la persona amada. Gran parte (aunque no todo) del amor humano es del tipo de amor que espera recibir, donde el amante realmente busca su propio placer. Ese amor puede ser un impedimento para cumplir nuestras obligaciones. El amor de Dios, en cambio, es la clase de amor en que el que ama busca el beneficio del ser amado, y encuentra su placer en dar placer a otros. El orgullo humano es incompatible con este tipo de amor, ya que significa que con su acción el amante realmente busca su propio placer egoísta.15

El versículo concluye con las palabras «por esto sabemos que estamos en él». Desafortunadamente no sabemos si «esto» se refiere a lo que viene antes o a lo que viene después. Si se refiere a lo que viene después, la prueba por la cual podemos saber si estamos en él se encuentra en el versículo 6, y consiste en determinar si «andamos como Jesús anduvo». Si, por el contrario, se refiere a lo anterior, entonces la prueba consiste en determinar si guardamos su palabra o si experimentamos la plenitud del amor.16 No hay una diferencia substancial entre las dos opiniones. Si la referencia es a lo anterior, el versículo 6 en efecto es una recapitulación del versículo 5a expresada en la forma de una exhortación. Si la referencia es a lo posterior, el versículo 5a contiene el principio del cual se desarrolla la prueba que se encuentra en 5b–6. En todo caso, no hay una diferencia real entre guardar la palabra de Dios y andar como Jesús anduvo. Lo segundo es una expresión concreta y práctica de lo primero.17

Juan emplea también otra expresión respecto al estado del verdadero cristiano: «en él», i.e., en Dios.18 La frase es equivalente a «permanecer en él» del versículo 6. En otros pasajes Juan dice que los cristianos permanecen en Jesús (Jn. 15:4–10; cf. 1 Jn. 2:27, 28; 3:6) o que Jesús permanece en ellos: los hombres están en el Hijo y el Hijo en los hombres (Jn. 14:20, 23; 17:21, 23, 26; 1 Jn. 5:20). También dice que el Padre está en los hombres (Jn. 14:23; 1 Jn. 4:4) y que los hombres están en el Padre (Jn. 17:21; 1 Jn. 5:20). Con estas expresiones Juan denota la estrecha comunión entre los creyentes y el Hijo o el Padre. Emplea también un lenguaje semejante para indicar la relación entre el Hijo y el Padre (Jn. 14:10, 11, 20; 17:21, 23).19

Verso 6. El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo.

La prueba se expresa ahora en términos de permanecer (o vivir) en él.20 Estar en él y permanecer en él se deben considerar como sinónimos. La segunda expresión quizás subraye la permanencia de la relación y la necesidad de perseverancia por parte de los hombres. Juan está pensando en personas que afirman tener esta relación. No es seguro que ésta haya sido una pretensión específica de sus opositores; la manera en que está expresada es típicamente juanina. Por lo tanto, o sus opositores habían adoptado la manera de expresión de Juan o él expresa en sus propias palabras el tipo de afirmación que ellos hacían. Pero no hay aquí un tono polémico; Juan simplemente está diciendo: «Si ustedes quieren decir que permanecen en él, deben hacer esto.» Andar como Jesús anduvo:21 la prueba es si andamos (1:6)22 así. Aquí como también en otros lugares23 Juan emplea un pronombre demostrativo enfático, «él», refiriéndose a Jesús. Los cristianos estaban tan acostumbrados a hablar de Jesús que todos sabían lo que «él» significaba. Lo interesante es que aquí se presenta la vida terrenal de Jesús como un ejemplo para los cristianos (cf. Jn. 13:15; 1 P. 2:21). Juan puede dar por sentado que sus lectores estaban familiarizados con la imagen del que «anduvo haciendo bienes» (Hch. 10:38), aunque no da una descripción concreta de la vida de Jesús en su epístola.24 La prueba de nuestra experiencia religiosa es si produce o no un reflejo de la vida de Jesús en nuestra vida; si no pasa esta prueba elemental, esa experiencia es falsa.[1]

Adaptado de: I. Howard Marshall, Las Cartas de Juan (Buenos Aires; Grand Rapids, MI: Nueva Creación; William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 117-124.

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Sobre el autor:
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Howard Marshall (1934-2015),D.D. (Ashbury University); BA (Cambridge University); MA; BD; PhD (University of Aberdeen),ministro metodista Escoces, es considerado uno de los eruditos del Nuevo Testamento más importantes del siglo XX. Fue profesor emérito de Nuevo Testamento y Exegesis de la Universidad de Aberdeen en Escocia. Marshall también ocupo la catedra principal de la Asociación para la Investigación Bíblica y Teológica Tyndale, así también fue el presidente de la Sociedad Británica del Nuevo Testamento, entre otros muchos. Marshall tuvo un largo y fructífero matrimonio con Joyce, de quien tuvo cuatro hijos. Joyce fue con el Señor en 1996. Entre sus numerosas publicaciones tenemos; ‘Lucas: Historiador y Teólogo’(1989); ‘Los orígenes de la Cristología del Nuevo Testamento’ (1990), ‘Hechos’, (1980), ‘Jesús el Salvador: Estudios en la Teología del Nuevo Testamento’ (1990); ‘Un Comentario Crítico Exegético a las Epístolas Pastorales’, (1999); ‘Concordancia al Texto Griego del Nuevo Testamento’, (2002); ‘Mas allá de la Biblia: Pasando de la Escritura a la Teología’, (2004); ‘Teología del Nuevo Testamento: Muchos Testigos, un solo Evangelio’ (1994); ‘Perspectivas sobre la Expiación’ (2007), etc.

Notas:

1 Respecto al «conocimiento» ver R. Bultmann, TDNT I, 689–714; C. H. Dodd, The Interpretation of the Fourth Gospel, Nueva York/Cambridge, 1954, 151–169; W. Schottroff, THAT I, 682–701; M.-É. Boismard, «La connaissance de Dieu dans l’Alliance Nouvelle d’après la première lettre de S. Jean», RB 56, 1949, 365–391; Schnackenburg, 131–136.

2 Esto no aparece en la RVR, que traduce en tiempo presente.

3 Así traduce la VP en el v. 3. Cf. 2:4, 13, 14; 3:6, 16; 4:16; 2 Jn. 1; BD 340.

4 Chaine, 154, encuentra una referencia a Dios; Schnackenburg, 131; Bultmann, 24; Haas, 44. Heise, 121s., sostiene que la referencia es a Jesús sobre la base de que solamente así podía Juan argumentar contra los opositores que pretendían conocer a Dios aparte de Jesús. En los versículos 7 y 8, «sus mandamientos» han llegado a ser identificados como los mandamientos de Jesús. Estos argumentos no son convincentes. Autos en el versículo 3 difícilmente puede tener un significado diferente del versículo 4 donde debe referirse a Dios (ya que son los opositores de Juan los que dicen eso), y aunque es verdad que Juan tiene en mente el mandamiento de Jesús en los versículos 7s. no dice que viene de él, sino que es verdad en él. Puede ser más cierto decir con Westcott, 46s., que Juan «da por sentado un antecedente general, ‘Aquel a quien miramos como Dios, sin ninguna distinción especial de Personas» (cf. Dodd, 31); pero es más probable que si se le presionara a Juan a dar una respuesta, diría que tenía en mente principalmente a Dios (Haas, 44).

5 La traducción literal del griego es: «Y por esto sabemos que hemos llegado a conocerlo, si guardamos sus mandamientos.» Juan emplea en toutō para señalar lo que viene en la siguiente proposición. Ver 2:5.

6 Bultmann, 25.

7 Calvino, 245s.; Stott, 98s.

8 El punto aquí es que están mintiendo y engañando a otros con sus falsas pretensiones; en 1:6 es más bien que se están engañando a sí mismos.

9 Esto no significa simplemente que las afirmaciones de ellos son falsas (que sería una simple repetición de la frase anterior), sino que la verdad de Dios no ha llegado a controlar sus pensamientos. Cf. Brooke, 31.

10 Morris, 1263.

11 (a) El amor de Dios al hombre (genitivo subjetivo): Westcott, 49; Bultmann, 25; Houlden, 68; Haas, 46s. (con dudas); Wengst, 73 n. 172.

(b) El amor del hombre a Dios (genitivo objetivo): Brooke, 32; Dodd, 31; Stott, 99; Bruce, 51.

(c) La clase de amor que Dios tiene (genitivo de cualidad): Schnackenburg, 138s.; de Jonge, 77s.

Schnackenburg y Haas sostienen que hay un paralelo entre «la verdad» (v. 4) y el amor de Dios, que se opone a la opinión (b); pero esto no es conclusivo. Sobre la base de 4:20 y 5:2s. Bultmann sostiene que nuestro amor no puede estar orientado directamente hacia Dios, pero los textos no apoyan esta notable afirmación.

En general el sentido primario aquí parece ser (b). Ver además las notas sobre 2:15; 3:17; 4:9, 12; 5:3.

12 Ver G. Delling, TDNT VIII, 81s. (que piensa que la referencia es al amor de Dios a nosotros). Nota 13 de la p. 122.

13 J. Wesley, A Plain Account of Christian Perfection, Londres, edición de 1952.

14 El punto todavía es válido si entendemos la frase en el sentido del amor de Dios al hombre. En este caso la idea es que cumple su obra perfecta en el hombre.

15 Sobre el amor ver la nota 4 de la página 211.

16 Referencia a lo anterior: Westcott, 50; Schnackenburg, 139; Bultmann, 26; Haas, 47. Referencia a lo posterior: Dodd, 32; Stott, 100; Bruce, 52; Houlden, 55; Heise, 122s.

17 La expresión regularmente se refiere a lo que viene después (2:3; 3:16, 24; 4:2, 9, 10, 13); puede referirse a lo anterior en 3:10, 19; 4:17; 5:2 (ver las notas sobre estos versículos), pero por lo menos en 3:10 parece referirse a ambos. Las probabilidades estadísticas respaldan la primera opinión: la referencia es probablemente a lo posterior, pero la prueba que se da deriva del principio que se encuentra en 5a.

18 Así la mayoría de los comentaristas, como en 2:3. Heise, 123 n. 125 sin embargo, piensa que se refiere a Jesús, como en el v. 3.

19 Ver C. H. Dodd, The Interpretation of the Fourth Gospel, 187–200.

20 Para un estudio detallado de todas las ocasiones en que se emplea menō en los escritos juaninos, ver Heise. Sus conclusiones a menudo están abiertas a la crítica. El tratamiento del tema realizado en TDNT IV, 574–576 (F. Hauck) es débil; es mejor en Schnackenburg, 139–145.

21 Las SBU ponen houtōs entre corchetes; es omitido por A B d vg sa.

22 Heise, 123–126, sostiene que el trasfondo del uso de peripateō en 1 Juan se encuentra en el gnosticismo, que ve toda la vida como un viaje que conduce a Dios y la salvación. El «andar» de Jesús conduce del Padre a este mundo y nuevamente de regreso, y se caracteriza por la obediencia al Padre y el amor por sus discípulos. Este uso se debe diferenciar del uso de Pablo que tiene que ver más con los aspectos morales de la vida. Cf. H. Seesemann, TDNT V, 945; R. Bultmann, Das Evangelium des Johannes, Gotinga, 1959, 261 n. 1. Sin embargo, como Heise mismo tiene que admitir, hay tan poco de la perspectiva gnóstica, que parece innecesario postular su presencia aquí. (Respecto al trasíondo judío, ver Schnackenburg, Johannesevangelium, II, 242.) La diferencia del uso que hace Pablo es más imaginaria que real, ya que aquí también está presente una condición moral.

23 3:3, 5, 7, 16; 4:17.

24 En general, las epístolas no se refieren directamente al ministerio y enseñanza de Jesús. Parece que esto se consideraba inapropiado. Cf. I. H. Marshall, Luke: Historian and Theologian, Grand Rapids/Exeter, 1970, 48.

[1] I. Howard Marshall, Las Cartas de Juan (Buenos Aires; Grand Rapids, MI: Nueva Creación; William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 117–124.

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