La Biblia está bordada con milagros. Desde la creación a la Segunda Venida; desde Moisés, en la zarza ardiente, a Daniel, en la jaula de los leones; desde el nacimiento virginal a la Resurrección, los hechos milagrosos llenan las páginas de las Escrituras. Para el creyente son la maravillosa confirmación del poder y el mensaje de Dios, sin embargo, para el que no cree, son piedra de tropiezo: prueba de que, después de todo, la religión es solo cuentos de hadas. En el mundo que concibe el que no cree, no hay intervención divina, ni interrupción del orden normal; solo hay ley natural. El fuego consume cuando arde; los leones comen lo que tengan al alcance; el embarazo solo ocurre cuando el espermatozoide se une al óvulo, y los muertos permanecen muertos. Los milagros de la Biblia no pueden ser más verdad que el «Pato Donald», en lo que a ellos respecta.
¿Es el entendimiento secular con relación a los milagros correcto?
La actitud naturalista hacia los milagros, apadrinada por más de dos siglos, contradice el simple sentido común y se fundamenta en una lógica defectuosa y un pensamiento insano, que ha decidido encontrar una conclusión mucho antes de buscar. Veremos en este artículo dos preguntas que a menudo aquellos que no creen en la veracidad de la Biblia hacen: “¿Son posibles los milagros? Y ¿Son creíbles los milagros?” Un pensador naturalista dijo:
«El primer paso en esta discusión —y en toda otra— es llegar a entender con claridad el significado del término empleado. Argumentar si son posibles los milagros y, de serlo, si son creíbles, es simplemente intentar cazar el viento si los que discuten no se han puesto de acuerdo en lo que entienden cuando dicen «milagro».1
Un milagro es la divina intervención en —o interrupción de— el curso regular del mundo, lo cual produce un hecho inusual pero intencionado que, de otro modo, no ocurriría. Con esta definición, entonces, se entienden las leyes naturales como la forma normal y regular en que el mundo opera. El milagro ocurre como un inusual, esporádico y específico acto del Dios que trasciende el universo. Esto no significa que los milagros sean violaciones de la ley natural, ni siquiera que se le opongan. Como dijo el famoso físico Sir George Stokes: «Puede ser que el evento que llamamos milagro, no produzca la suspensión de las leyes que operan ordinariamente, sino que añada algo que opera a veces».2 En otras palabras, los milagros no violan las leyes regulares de causa y efecto, simplemente tienen una causa que trasciende la naturaleza.
¿Son posibles los milagros?
Si no lo fueran podemos concluir nuestra discusión e irnos a casa. Si lo son, entonces debemos contestar el argumento que los catalogó de absurdos. Encontramos la raíz de tal argumento en los escritos de Benedict de Spinoza. Él desarrolló el siguiente argumento contra los milagros.
- Los milagros violan las leyes naturales.
- Las leyes naturales son inmutables.
- Es imposible que las leyes inmutables sean violadas.
- Por lo tanto, los milagros no son posibles.
Afirmo con audacia que «nada, entonces, sucede en la naturaleza que la contravenga en sus leyes universales. No, nada que no condiga con ellas y devenga de ella, pues … ella mantiene un orden fijo e inmutable».3
Ciertamente no podemos discutir la tercera premisa de su argumento, pues lo que es inmutable no puede ser transgredido ni dejado de lado. Pero ¿son inmutables las leyes naturales?, y ¿define Spinoza correctamente el milagro? Parece que él mismo hubiera cortado el naipe, pues edifica sus premisas sobre su propio punto de vista de que nada existe más allá del universo (y que Dios es el universo). De manera que, una vez que definió la ley natural como «fija e inmutable», es imposible que ocurran milagros. Basó su criterio a partir de la física de Newton, que era el «último grito de la moda» en su época. Pero los científicos modernos saben que las leyes naturales no nos dicen lo que debe suceder, solo describen lo que suele pasar. Las leyes naturales son probabilidades estadísticas y no hechos inmutables. Por tanto, no podemos descartar la posibilidad de milagros por definición.
Spinoza usa una definición de milagro que implica su tendencia contra lo sobrenatural. Supone que nada hay más allá de la naturaleza que pudiera actuar en ella, lo cual se desprende de su panteísmo. En la medida en que se enmarca a Dios a los límites de la naturaleza, o se lo considera no existente, el milagro no puede ser visto más que como una violación del orden natural. La base del asunto es que, si Dios existe, los milagros son posibles. Si nada hay más allá del universo que pueda causar que algo suceda en él, entonces es posible que sea como ellos dicen.
Benedict de Spinoza (1632–1677), fue uno de los filósofos racionalistas modernos. El racionalismo creía que toda verdad era deducible de principios evidentes por sí mismos, sin examinar la evidencia real. El trasfondo de Spinoza era judío, pero fue expulsado de la sinagoga cuando tenía veinticuatro años debido a sus insólitos criterios. Estaba convencido de que solamente podía haber una sustancia infinita y nada más, de modo que concluyó que Dios es el universo (panteísmo). Los principios naturales eran, entonces, leyes de Dios. Desde ese punto de partida, los milagros se eliminan automáticamente. Si lo sobrenatural es idéntico a la naturaleza, entonces nada hay más allá de la naturaleza que intervenga. Todo lo que habría más allá de la naturaleza debiera ser más grande que Dios, y eso es absurdo.
Una vez que establecemos que existe el Dios teísta, no podemos descartar los milagros.
¿Son creíbles los milagros?
Algunas personas no niegan la posibilidad de los milagros, sino que no logran entender que haya justificación alguna para creerlos. Para ellos, lo milagroso no es absurdo, sino increíble. El gran escéptico inglés David Hume postuló este célebre argumento contra la creencia en los milagros:
- Un milagro es una violación de la ley natural.
- La experiencia firme e inalterable ha establecido estas leyes.
- El hombre sabio adapta su creencia a la evidencia.
- Por lo tanto, la experiencia uniforme equivale a prueba, hay prueba directa y plena, a partir de la naturaleza del hecho, en contra de la existencia de cualquier milagro.4
David Hume (1711–1776), fue un filósofo e historiador escocés, nacido y criado en Edimburgo. Poco después de titularse de abogado decidió no ejercer y se dedicó a estudiar filosofía. Hume fue empírico, al contrario de Spinoza, y sostuvo que se llega a conocer solamente examinando y ordenando la evidencia histórica y real. La ley natural fue la columna vertebral del orden de su sistema filosófico, de modo que se oponía a cualquier pensamiento que permitiera a Dios y los milagros. Así como Spinoza fue dogmático en sus enfoques. Hume fue escéptico de toda creencia y dudaba de que la certeza fuera posible. Aunque no negó la causalidad, manifestó que nunca podemos estar seguros de lo que ha causado cierto efecto dado. Lo mejor que podemos decir es que tal tipo de efecto suele ser causado por tal tipo de causa.
Algunos consideran este argumento como prueba de que los milagros no pueden ocurrir, pero eso se refuta fácilmente demostrando que Hume presupone la pregunta al definir los milagros como imposibles. Parece que él en realidad, establece que nadie debiera creer en milagros porque toda nuestra experiencia sugiere que no suceden. Ese es ciertamente el punto que todos aprendimos en la escuela, aunque no estudiáramos a Hume.
¿Conclusión guiada por una presuposición?
Hume no presupone la pregunta en su definición sino en su evidencia. Presume saber que toda experiencia está uniformemente en contra de los milagros antes de observar la evidencia. ¿Cómo sabe él que toda posible experiencia, pasada y futura, apoya y apoyará su naturalismo? La única manera de estar seguro es predecir que los milagros no ocurren. Por otro lado, puede decir que la experiencia uniforme de algunos, hasta de la mayoría de las personas, es contraria a los milagros, pero ¿qué pasa con la otra gente, aquella que sí ha experimentado milagros? Hume selecciona, por consecuencia, solamente la evidencia que le conviene y deja fuera el resto. De cualquier manera, él cometió un error fundamental de lógica.
Ciertamente concordaríamos con la primera máxima de Hume: «Un hombre sabio siempre adapta su creencia a la evidencia». Sin embargo, la «mayor evidencia» para él significa «eso que se repite más a menudo». De modo que cualquier hecho raro nunca tendrá suficiente evidencia como los sucesos corrientes. Aquí vemos que Hume también fue drástico, pues eso significa que ningún milagro puede tener suficiente evidencia para que la persona racional lo crea. Hume no pesa en verdad la evidencia sino que solamente la suma contra los milagros. Puesto que la muerte pasa a casi todos y escasea bastante los relatos de resurrección, Hume simplemente suma todas las muertes y decide que esos relatos de resurrección deben ser falsos.
Richard Whately se burló de las ideas de Hume en un panfleto que llamó Dudas históricas respecto a la existencia de Napoleón Bonaparte. Whately registró uno tras otro los asombrosos logros de la carrera de Napoleón, y demostró que eran tan fantásticos y extraños, que una persona inteligente no debería creer que tal hombre existió, debiendo catalogarlo junto con El Llanero Solitario. Quiso demostrar que si el escéptico no niega la existencia de Napoleón, «debe al menos admitir que no aplica a ese asunto el mismo plan de razonamiento que han empleado respecto de otros» (Richard Whately, Historical Doubts Conceming the Existence of Napoleon Bonaparte, en Famous Pamphlets, 2a edición, Henry Morley, George Routiedge and Sons, Londres, 1880, p. 290).
¿Cuántas personas se han levantado de los muertos recientemente?
Aunque pocas personas hayan sido realmente levantadas de entre los muertos, nadie debe creerlo porque la cantidad de muertos es mayor. Eso es como decir que no debe uno creer que se ganó un premio en un sorteo porque son muchos más los miles de personas que perdieron. Este argumento iguala la evidencia con la probabilidad y afirma que uno nunca debe creer si es el ganador, dada la elevada cantidad de los que pierden. En el caso de alguien que juegue naipes, la persona sabe —o debe saber— que la posibilidad de que le repartan de primera mano las cartas perfectas para ganar —cosa que a veces pasa— es de 1.635.013.559.600 a 1, pero según Hume, si eso le ocurriera, es mejor que entregue de inmediato las cartas y pida que le den de nuevo otras, pues uno no debe creer nunca que cosas tan raras sucedan.
Conclusión.
Es extraño que el científico objete los milagros basándose en argumentos como ese, pues su propio estudio no se realiza de esa manera. Si él supiera anticipadamente cómo va a resultar un experimento, basado en las leyes naturales, no se tomaría el trabajo de realizarlo. Hasta el mismo Hume admitió que nada puede saberse respecto del futuro considerando solamente la experiencia pasada. De igual manera, el científico trata constantemente de ampliar y detallar lo que sabemos y entendemos de las leyes naturales, revisándolas a medida que se halla nueva evidencia. Los principios de Hume, en cuanto a los milagros, imposibilitarían esa clase de progreso científico, ya que el investigador nunca creería sus datos. Nunca iría más allá del patrón de la experiencia pasada.
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Adaptado de: Norman Geisler y Ron Brooks, Apologética: Herramientas valiosas para la defensa de la fe (Miami, FL: Editorial Unilit, 1997), 89–95.
Acerca del autor:
Norman Geisler (1932-), filosofo, teologo y apologista cristiano. Es co-fundador de dos seminarios evangelios: Veritas Evangelical Seminary y Southern Evangelical Seminary. Realizo sus estudios de PhD en Loyola University. BA (Filosofía), MA (Teología), Weathon College, BA (Estudios Biblicos) William Tyndale College. Ha escritos y editado mas de 90 libros, y cientos de articulos sobre teologia sistematica, apologetica, historia de la filosofia, etc. Fue el fundador y primer presidente de la “Sociedad Internacional de Apologetica Cristiana”. Esta casado con Barbara y tienen 6 hijos. Normal Geisler es considerado uno de los apologistas cristianos mas importantes del siglo XX. Entre sus muchos libros se encuentran: Apologética: Herramientas valiosas para la defensa de la fe, Porque soy Cristiano, Cuando los Escépticos preguntan, Una Introducción General a la Biblia, Teologia Sistematica (4 volumenes), etc.
Notas:
1 Thomas Huxley, The Works of T.H. Huxley, Appleton, Nueva York, 1896, p. 153.
2 Citado de International Standard Bible Encyclopedia, Eerdmans, Grand Rapids, 1939, p. 2036.
3 Benedict de Spinoza, Tracatus Theologico-Politicus, en The Chief Works of Benedict de Spinoza, George Bell and Son, Londres, 1883, 1:83.
4 David Hume, An Inquiry Concerning Human Understanding, ed. C.W. Hendel, Bobbs-Merrill, Nueva York, 1955, pp. 118.
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