El siguiente articulo de Bradford Littlejohn es una síntesis del panorama político evangélico en la actualidad. Littlejohn afirma que en el contexto norteamericano existen tres modelos principales de teología político:
– Evangelicanismo Norteamericano (popular en círculos fundamentalistas políticos, con una teología política similar a la anabaptista)
– Teología de los Dos Reinos (popular en círculos reformados)
– Neo-calvinismo (escuela teología política reformada holandesa).
Littlejohn, afirma también que la teología de los Dos Reinos tiene dos escuelas o variantes principales. La teología de los Dos Reinos Clásica, que expone la doctrina como se encuentra en los escritos de los reformadores y post-reformadores, y la variante del Seminario de Westminster de California (no confundir con el Seminario Teológico de Westminster de Philadelphia). Esta ultima variante también se conoce como “La Teología de Escondido”, por haberse producido en Escondido, California donde el seminario esta ubicado.
Littlejohn también menciona al Teonomismo, a veces conocido como Reconstruccionismo, pero al ser su popularidad, y numero de aquellos que lo sostienen diminutamente insignificante en la actualidad, y su influencia tan breve, se deja de lado.
Este articulo es parte del libro, los Dos Reinos. Mas detalles del libro aquí. Independientemente de la postura que se tome, el lector debe ser consciente de las raíces históricas, y presuposiciones teológicas de cada una de estas escuelas de pensamiento.
Y sobretodo, debe de estar dispuesto a investigar y leer buenos libros – de autores serios sobre el tema. De la misma manera que la teología arminiana y la teología calvinista con respecto a la doctrina de la salvación representan polos opuestos, la teología política anabaptista y la reformada magisterial representan dos concepciones opuestas con respecto a Teología Publica. Esperamos que este articulo sirva para introducir al publico latino a un tema de vital importancia, pero casi desconocido en Latinoamérica. La pregunta no es si tienes una teología política. La tienes. La pregunta verdadera es, “tienes una teología política con sólidas bases bíblicas, históricas y teológicas?”.
Los Dos Reinos y el Panorama Evangélico Político actual, por Bradford Littlejohn
Durante los últimos años, el estrecho mundo de la teología conservadora reformada norteamericana se ha visto destruido por uno de sus habituales combates internos. Esta última ronda, sin embargo, ha adquirido más interés que el habitual, ya que representa una forma de crisis de identidad que ha afectado a cada comunidad cristiana en el mundo moderno reciente.
¿Cómo debemos entender la relación entre las dimensiones públicas y privadas de la fe tras la ruptura de la cristiandad y los paradigmas de fe pública que esta ofrecía? Estos paradigmas, aunque imperfectos, al menos proporcionaron cierto marco para la intersección de la fe cristiana y la ciudadanía. Y, desde luego, aunque la forma moderna de esta crisis de identidad es nueva, las preguntas que subyacen son eternas: ¿cómo reconciliar la lealtad a Dios, nuestra máxima autoridad, la cual no es visible, con la lealtad a las muy visibles autoridades terrenales que Él ha puesto por encima y a nuestro alrededor? Además, ¿qué relación hay entre nuestra vocación de seguidores de Cristo con nuestra vocación de hijos de Adán e hijas de Eva, y nuestros bienes espirituales y celestiales con los bienes de la tierra que hemos sido llamados a proteger y servir?
El conflicto al que me refiero es concerniente al surgimiento de la llamada “doctrina reformada de los dos reinos”, que en su forma contemporánea está asociada particularmente con teólogos del Seminario de Westminster en Escondido, California (de ahí el apodo ocasional de “la teología de Escondido”), como Michael Horton y David VanDrunen, aunque su representante más enfático ha sido quizás el profesor de Hillsdale, Darryl G. Hart.[1]
Entendiendo la doctrina reformada de los Dos Reinos
Como la mayoría de los movimientos en la teología, se puede obtener un mejor entendimiento al considerar primero contra qué está reaccionando. Los defensores de la doctrina reformada de los dos reinos tienen la mira puesta en tres monstruos de la teología política dentro del mundo conservador reformado y evangélico: la teonomía, el neocalvinismo y el evangelicalismo (aunque a veces también está en consideración un conjunto más amplio de enemigos, como la iglesia emergente y N. T. Wright). De estos, la teonomía (también conocida como reconstruccionismo) es probablemente la más desconocida para las audiencias no reformadas. La teonomía, un movimiento que disfrutó de considerable popularidad entre los “archireformados” en los años 80 y 90, pero que recientemente se ha desvanecido casi por completo, propuso una recuperación total de las leyes civiles del Antiguo Testamento como un proyecto cristiano para la sociedad moderna. Cualquier teología política que no fuera esta, afirmaban los teonomistas, era comprometerse con la incredulidad, privilegiando la palabra del hombre por encima de la de Dios.[2]
El neocalvinismo goza de un reconocimiento mucho más generalizado, incluyendo (en su interpretación más amplia) a teólogos políticos tan conocidos como James K. A. Smith, John Witte, Jr. y Nicholas Wolterstorff, y posee una fuerza dominante entre los holandeses reformados. Sin embargo, sus miembros doctrinarios, que son los que particularmente causan preocupación entre los defensores de la doctrina reformada de los dos reinos, ocupan un círculo algo cerrado entre las denominaciones e instituciones conservadoras. Se distinguen por su compromiso con la teología pública de Abraham Kuyper, mediada por el filósofo holandés del siglo XX, Herman Dooyeweerd, y por seguidores norteamericanos como Henry Stob, Al Wolters y Cornelius Van Til (aunque este último ofreció sus propios giros distintivos, que resultaron agradables para los teonomistas).
En resumen, el lema de esta tradición es “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, lo cual es una determinación de “transformar” las diversas “esferas” e instituciones de la sociedad, basándose en las ideas fundamentales de una “cosmovisión cristiana”. A diferencia de la teonomía, el neocalvinismo se ocupa más de los “motivos fundamentales” filosóficos que de las prescripciones legalistas, y con el espíritu más que con la letra, aunque puede llegar a ser igual de triunfalista en sus aspiraciones.[3]
El “evangelicalismo” es, desde luego, el más incipiente de los tres enemigos, pero el que ha sido el objetivo de la mayor parte de los escritos a nivel popular de la doctrina reformada de los dos reinos, como los de Horton y Hart.[4] Los evangélicos americanos son culpados por una pobre eclesiología que devalúa la iglesia institucional, sus ministerios y sus sacramentos, en favor de un ingenuo biblicismo que piensa que hay un versículo de la Biblia para cada problema, y por un beligerante activismo político.
En conjunto, esto lleva a una confusión entre el reino de Cristo y la política mundana, ya que los evangélicos insisten en imponer una comprensión particular de lo que las Escrituras exigen a los votantes y políticos. Ciertamente, tales críticas al evangelicalismo no son nada nuevas, y serían compartidas por muchos otros aparte de los teólogos de Escondido. La teonomía también tiene pocos amigos hoy en día, y aunque el neocalvinismo puede tener un fuerte alcance tanto en niveles más populares como más intelectuales, la mayoría de sus representantes reconocería la legitimidad de muchas advertencias de la doctrina reformada de los dos reinos contra el triunfalismo, que confunde nuestras propias labores culturales con la obra transformadora de Cristo, tanto poniendo una carga irrazonable de expectativas sobre los cristianos como denigrando injustamente lo bueno que los no creyentes son capaces de lograr.
Entonces, las principales preocupaciones del movimiento reformado de los dos reinos —un deseo de volver a enfatizar la centralidad de la iglesia en la vida cristiana; una sospecha de las afirmaciones exageradas de autoridad y aplicabilidad bíblica; un sano escepticismo sobre la capacidad de establecer las normas del evangelio en las estructuras temporales y políticas; y un énfasis en la extensa área de coincidencia entre creyentes e incrédulos en nuestras vidas mundanas— parecen ser saludables, compartidas por la mayoría de los comentaristas sobrios y teológicamente reflexivos. Pero esto no significa que la mayoría de los comentaristas compartan el marco teológico que subyace a estas críticas, pues dicho marco se basa en un amplio conjunto de dualismos cuidadosamente relacionados: reino espiritual vs. reino civil (o “temporal” o “común”); iglesia vs. estado; redención vs. creación; eterno vs. temporal; Jesucristo vs. Dios creador; y Escrituras vs. ley natural.
Se nos dice que la iglesia institucional es el reino espiritual de Cristo: el único lugar donde se lleva a cabo la obra de redención para la salvación eterna, bajo la dirección de Jesucristo, que rige este reino solo por medio de las Escrituras. El resto de la vida, por otro lado (y principalmente el estado), es una expresión del reino civil de Dios, en el que no hay distinción entre creyente e incrédulo; esta esfera sirve solamente para la preservación temporal del orden de la creación, bajo el gobierno de Dios como creador, y normado por las prescripciones de la ley natural, más que por las Escrituras.
Por lo tanto, aunque el movimiento de la doctrina reformada de los dos reinos ha ganado bastante terreno por criticar las expresiones excesivas del cristianismo político o del transformacionalismo cultural, también ha encontrado una feroz resistencia por aquellos que temen que el deseo de la doctrina reformada de los dos reinos sea echar al fuego el trigo del discipulado público junto con la paja del partidismo y el triunfalismo. De hecho, muchos críticos del cristianismo evangélico occidental se han quejado durante años del “gnosticismo” que temen que está infectando a la fe evangélica: una preocupación sobredimensionada por salvar almas, excluyendo no solo la acción social y política organizada, sino cualquier compromiso reflexivo con las formas culturales y materiales de vida en esta tierra, donde estamos llamados a ser testigos y a promulgar el señorío de Cristo.
Desde esta perspectiva, articulada con fuerza por intelectuales de peso pesado como N. T. Wright, así como por intelectuales de peso ligero como Brian McLaren, los defensores de la doctrina reformada de los dos reinos irrumpieron en escena con extintores de fuego justo en el momento en que una sana pasión por mostrar a Cristo en este mundo se encendía finalmente entre los evangélicos. Entre los evangélicos convertidos a este nuevo cristianismo que afirma el mundo, así como los reformados que han bebido profundamente de los pozos del neocalvinismo, la doctrina de los dos reinos se ha percibido como un retroceso al tipo de religión sobrenatural y privatizada que, según se nos dice de varias formas, es el fruto pernicioso del platonismo, la Ilustración o el pluralismo posmoderno.
La doctrina magisterial protestante de los Dos Reinos
En este pequeño libro, argumentaré que tanto los defensores de la doctrina reformada de los dos reinos como sus críticos han pasado por alto algo mucho más valioso, más fundamental, más liberador y perspicaz para la iglesia de hoy: la doctrina original protestante de los dos reinos, tal como la articulan gigantes como Martín Lutero, Juan Calvino y Richard Hooker.[5]
Los reformadores protestantes, sostendré en las siguientes páginas, nos ofrecieron un convincente relato de una fe que es completamente pública sin ser ni triunfalista en la esfera civil ni opresiva en la eclesiástica. Sus trabajos no fueron perfectos, sus palabras no siempre fueron claras y su legado es a menudo ambiguo, y, sin embargo, sus enseñanzas centrales fueron lo suficientemente coherentes y consistentes como para que podamos hablar de una teología magisterial protestante de los dos reinos que todavía puede ofrecernos una brújula para pensar en el significado de la fe y el discipulado cristiano de hoy. Esta teología, aunque ciertamente se superpone en muchos puntos con la más reciente teología reformada de los dos reinos, difiere fundamentalmente no solo en las respuestas que da a ciertas preguntas, sino incluso en las preguntas clave que busca responder.
Considere la cuestión de la relación entre la iglesia y el Estado que ha sido tan prominente en muchas expresiones de la reciente teología reformada de los dos reinos. Dicha teología de los dos reinos, al menos en manos de muchos defensores, ofrece a los cristianos la clave para respaldar la neutralidad religiosa de la política liberal moderna sin sucumbir al relativismo, ya que reconoce que la tarea del Estado es solamente temporal, y que las afirmaciones de Cristo solo hablan de la labor espiritual de la iglesia.
Sería difícil identificar tal testimonio en la teología política de los reformadores protestantes, que estaba llena de llamados a los magistrados civiles a ser nuevos Josías, Ezequías o Déboras para que limpien a la iglesia de sus ídolos, protegiendo y fomentando solo la verdadera adoración a Dios. Desde luego, los reformadores tenían mucho que decir sobre la distinción de la vocación entre ministro y príncipe, pero nunca sugirieron que uno estuviera obligado a dar una expresión pública e institucional del señorío de Cristo y el otro no.
No, para los reformadores, la doctrina de los dos reinos no era principalmente sobre la iglesia y el estado, ni tampoco necesariamente sobre una interpretación de teología política más amplia, aunque tenga implicaciones muy importantes para la teología política, las cuales exploraremos en este libro. Los dos reinos no eran dos instituciones ni dos dominios en el mundo, sino dos formas en las que el señorío de Cristo se hacía sentir en la vida de todos y cada uno de los creyentes. Como tal, estaban enredados con todas las diversas formas de “dualidades” que penetran la teología cristiana en todos los frentes: Dios y el mundo, revelación especial y revelación general, redención y creación, gracia divina y respuesta humana, fe y obras, justificación y santificación, alma y cuerpo, invisible y visible, iglesia y mundo, etc. La teología, evidentemente, no puede funcionar bien sin distinciones claras entre cualquiera de estos pares, aunque es igual de evidente que contraponer de manera muy marcada cualquiera de estos términos puede llevar al desvío. En cada punto, se debe llevar a cabo un cuidadoso acto de equilibrio.
Ciertamente, la buena teología también debe tener cuidado de no tratar todas estas distinciones como solo versiones diferentes de la misma dualidad fundamental (una tentación a la que han sido propensos algunos teóricos de los dos reinos demasiado entusiastas). Para elegir un ejemplo, obviamente no podemos equiparar el par “redención/creación” con el par “alma/cuerpo”, ya que la Escritura habla claramente de la redención y resurrección de nuestros cuerpos. Al mismo tiempo, sería una teología negligente no intentar conciliar en lo absoluto estas diversas dualidades entre sí. Por ejemplo, al menos para los protestantes, la gracia divina, la fe y la justificación encajan bien, por un lado, en distinción de la respuesta humana, las obras y la santificación, por otro.
La teología de Martín Lutero, a pesar de su notorio desorden, se caracterizó particularmente por su intento de unir estas diversas dualidades dentro de un solo marco, con abundantes calificaciones apropiadas (aunque, por lo general, correspondió a sus sucesores, en particular a Felipe Melanchthon, Juan Calvino, Pedro Mártir Vermigli y Richard Hooker, precisar esas calificaciones). Para él, pues, y para otros reformadores magisteriales que comentaron sobre los “dos reinos” (o “dos ámbitos” o “dos gobiernos”, para utilizar términos tal vez más claros correspondientes a los Zwei Reiche y los Zwei Regimente de Lutero), la idea de dos instituciones (es decir, “iglesia” y “estado”) no era prioritaria en su pensamiento, sino algo mucho más fundamental.
La vida humana no es un mapa bidimensional en el que los dos reinos se dibujan como una línea divisoria entre esferas de jurisdicción; sino más bien una realidad tridimensional en la que toda la dimensión horizontal está entrelazada con el reino temporal, mientras que el reino espiritual forma la tercera dimensión, es decir, la relación vertical con Dios que anima a todo el resto. En todo momento, el cristiano debe estar atento a la voz de Dios en su Palabra y al rostro de Dios que se manifiesta en su mundo, a través de lo que Lutero llamó “máscaras”.
Cuando uno lo dice de esta manera, queda claro que la línea divisoria debe atravesar la propia iglesia. Los reformadores podían hablar de la iglesia, en su forma congregacional y visible, con oficiales y prácticas litúrgicas, como parte del “reino terrenal”; sin embargo, como el conjunto de los elegidos, místicamente unida a su cabeza, la iglesia es la plenitud del reino espiritual. No obstante, aunque la distinción “iglesia visible/invisible” no es muy imprecisa aquí, tampoco es suficiente, ya que, como el lenguaje del “reino”, es demasiado estática para lo que los reformadores tenían en mente. Geistliche Regimente era el gobierno y reinado espiritual de Dios, su misericordiosa acción vivificante por medio del poder del Espíritu. Si bien claramente invisible en sí misma, este gobierno liberador se manifiesta en la poderosa lectura y predicación de la Palabra (y esto principalmente, pero con certeza no de manera única, en el contexto del culto formal), en los sacramentos, y en los actos amorosos y llenos de fe de los santos.
Desde luego, estos actos de amor, en los que el cristiano se hace a sí mismo “servidor de todas las cosas”, son la materia misma de la que está hecha el “reino terrenal”, esto es, el espacio al este del Edén y al oeste de la nueva Jerusalén, sujeto a la autoridad humana y a la prudencia reflexiva. Pero esto solo pone de relieve el hecho de que el lenguaje de “los dos reinos” no debe servir para dividir nítidamente los diversos elementos de la vida cristiana en una u otra esfera, sino que a menudo debe considerarse como dos formas distintas de hablar de los mismos elementos. Somos simul justus et peccator. Somos señores libres y al mismo tiempo siervos obedientes. Vivimos con Cristo en los lugares celestiales y al mismo tiempo trabajamos en caminos oscuros aquí abajo, y aunque disfrutamos de la libertad de una conciencia liberada por la gracia, vivimos bajo las leyes (naturales y civiles) que regulan nuestra vida, como criaturas humanas, con los demás. Confundir estas dos reglas es arriesgarse al libertinaje o al legalismo, o al triunfalismo o a la desesperación.
Conclusión
En otras palabras, cuando hablamos de “los dos reinos”, nos referimos a algo que va más allá de lo que significa ser un ciudadano cristiano. Estamos hablando de lo que significa vivir como cristiano en el mundo, y “la doctrina de los dos reinos” es simplemente una breve respuesta magisterial protestante a esa pregunta, que debe ser escuchada en cada generación, pero especialmente en la nuestra. En la breve guía que sigue, entonces, ofreceré primero un bosquejo histórico de tres capítulos sobre la evolución real de las ideas de los dos reinos en el siglo XVI y principios del siglo XVII, y sus implicaciones para la teología política, la eclesiología y la vida cristiana.
Luego, en los siguientes dos capítulos, ofreceré un uso creativo de la doctrina para la actualidad en tres esferas clave: la iglesia, el estado y el comercio, sugiriendo cómo la doctrina puede dar nueva luz sobre las disputas aparentemente estériles acerca de cómo vivir el señorío de Cristo en el siglo XXI.[6]
Fuente: Bradford Littlejohn, “Los Dos Reinos: Una Guía para los Perplejos” (Lima, Perú: Teología para Vivir, 2020), 3-15
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Sobre el autor:
W. BRADFORD LITTLEJOHN (PhD, Universidad de Edimburgo, 2013) es el presidente del Davenant Trust. Es autor de Richard Hooker: A Companion to His Life and Work (Cascade, 2015) y The Peril and Promise of Christian Liberty (Eerdmans, 2017), así como numerosos artículos y capítulos de libros en estudios de la Reforma, ética cristiana y teología política. El Dr. Littlejohn es uno de los más reconocidos especialistas en ética cristiana y teología política de la actualidad.

NOTAS
[1] El libro de David VanDrunen, Natural Law and the Two Kingdoms: A Study in the Development of Reformed Social Thought (Emory University Studies in Law and Religion; Grand Rapids: Eerdmans, 2010), ofreció lo que fue ampliamente considerado como un estudio histórico autoritativo que aportó un sustento a la doctrina, mientras que su libro Living in God’s Two Kingdoms: A Biblical Vision for Christianity and Culture(Wheaton, IL: Crossway, 2010) ofreció un estudio más sistemático y práctico de cómo pretendía que funcionara la doctrina en la vida de la iglesia. Darryl Hart articuló un punto de vista similar en A Secular Faith: Why Christianity Favors the Separation of Church and State (Chicago: Ivan R. Dee, 2006), y en From Billy Graham to Sarah Palin: Evangelicals and the Betrayal of American Conservatism (Grand Rapids: Eerdmans, 2011); además, fue el más enérgico y elocuente defensor de la doctrina reformada de los dos reinos (o al menos su opinión al respecto) en su blog: oldlife.org. Ha habido muchos contrataques a esta doctrina en blogs, publicaciones y revistas académicas; se puede encontrar una buena colección de libros, con respuestas en gran parte neocalvinistas, en Ryan C. McIlhenny, ed., Kingdoms Apart: Engaging the Two Kingdoms Perspective (Phillipsburg, NJ: P&R Pub., 2012).
[2] Los textos clásicos que exponen esta perspectiva son Rousas John Rushdoony, The Institutes of Biblical Law (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 1973), y Greg Bahnsen, Theonomy in Christian Ethics (Phillipsburg: P&R Publishing, 1984).
[3] Los textos clave que exponen esta perspectiva incluyen Cornelius Plantinga, Engaging God’s World: A Christian Vision of Faith, Learning, and Living (Grand Rapids: Eerdmans, 2002), y Albert M. Wolters, Creation Regained: Biblical Basics for a Reformational Worldview, 2ª edición. (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).
[4] Veáse, por ejemplo, Michael Horton, Christless Christianity: The Alternative Gospel of the American Church (Grand Rapids: Baker, 2008), y Darryl Hart From Billy Graham to Sarah Palin.
[5] Steven Wedgeworth y Peter Escalante, más que nadie, merecen el crédito por poner esta perspectiva olvidada de nuevo sobre la mesa, exponiendo que tanto el neocalvinismo como la doctrina reformada de los dos reinos infringen las antiguas distinciones protestantes en puntos clave. Para algunas de las primeras discusiones principales sobre este debate, véase Steven Wedgeworth, “Two Kingdoms Critique”, Credenda/Agenda, 21 de junio de 2010, http://www.credenda.org/index.php/Theology/two-kingdoms-critique.html; la colección de artículos en este enlace: https://wedgewords.wordpress.com/2011/08/20/two-kingdoms-and-political-theology/; Steven Wedgeworth y Peter Escalante, “John Calvin and the Two Kingdoms-Part 1”, The Calvinist International, 29 de mayo de 2012, https://calvinistinternational.com/2012/05/29/calvin-2k-1/; Steven Wedgeworth y Peter Escalante, “John Calvin and the Two Kingdoms-Part 2”, The Calvinist International, 29 de mayo de 2012 https://calvinistinternational.com/2012/05/29/calvin-2k-2/. Mi exposición ha sido ampliamente influenciada por estas obras.
[6] Los capítulos dos y tres se basan en una serie de ensayos que escribí para Political Theology Today a finales del 2012; los capítulos cinco, seis y siete son una adaptación de escritos que hice para Reformation21 a principios del 2015. Todos han sido ampliados sustancialmente para este libro. Estoy agradecido a ambas revistas web, y a sus editores Dave True y Mark McDowell por la oportunidad de desarrollar estos pensamientos.
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