«Históricamente, la teología política se ha divido en tres escuelas principales de pensamiento: Agustiniana, Tomista y Anabaptista. Sin embargo, el siglo XX fue testigo del surgimiento de una nueva teología política fusionada con el Marxismo, «la teología de la liberación». Esperamos en los siguientes días publicar una serie de artículos, tomados de las fuentes más eruditas y confiables, sobre un tema de vital importancia para el contexto latino, y con poca información disponible.
La teología política en su sentido más amplio ha significado desde el principio una teología que explica y justifica los órdenes político, social y económico. Así, en el Imperio Romano el culto al emperador divino era algo a lo que se esperaba que se adhirieran todos los ciudadanos leales, a menudo junto a otra religión permitida, la religió licita, que no entraba en conflicto con el culto oficial. En relación con el judaísmo, siempre hubo tensión entre las reivindicaciones de Jahweh y los sacrificios formales y demás que se esperaban de la religión política oficial. Así, no deja de ser significativo que Pilato insistiera en poner en la cruz de Jesús las palabras «El Rey de los Judíos», mientras los líderes judíos protestaban que no tenían más rey que el César (Mateo 27:37; Marcos 15:26; Lucas 23:38; Juan 19:19).
Tres escuelas de teología política
En la Iglesia primitiva y patrística surgieron tres tipos distintos de teología política cristiana, cada uno de los cuales tiene sus exponentes en la actualidad.
a. Teología Política de la “Cristiandad” (Tomas de Aquino, etc).
En primer lugar, estaba la teología política que ofrecía una teología muy al modo clásico, adecuada para la nueva relación entre la iglesia y el imperio que siguió al asentamiento constantiniano y al establecimiento del cristianismo como fe oficial del Imperio. El cristianismo asumió el antiguo papel de religión civil, sacralizando el poder, legitimando el orden de cosas existente e inculcando al pueblo el respeto a las autoridades y la obediencia a las órdenes de arriba. Este planteamiento, que tuvo inicialmente como máximo protagonista a Eusebio, continúa hoy en día en quienes promueven una teología política que apoya el establecimiento del cristianismo como «cristiandad» y la configuración de la política pública a la luz de las Escrituras. Protagonistas destacados de esta posición en los tiempos modernos han sido Abraham Kuyper y Oliver O’Donovan.
b. La teología política Anabaptista (Tertuliano, etc.)
El segundo tipo de teología política se asoció desde el principio con Tertuliano y otros que consideraban a la Iglesia como una especie de contracultura, una alternativa al Imperio y al orden civil. «Nada», escribe Tertuliano, «nos es más ajeno que el Estado». Los cristianos viven según sus propias normas, manteniendo una ética absolutista con tendencia al pacifismo. Una verdadera iglesia no debe tener tratos con el poder político ni involucrarse en el mundo de la política secular. Los cristianos de esta tendencia se retiraron de la política para sostener comunidades de amor, libres de los compromisos del mundo del poder, la violencia y la codicia. Y estas comunidades y su fe son un desafío constante a la sociedad en general, y no sólo un desafío, sino también la oferta de una alternativa al «camino del mundo», con su violencia, codicia y opresión. Las comunidades de fe y amor sostuvieron la fe, la esperanza y el amor en la Edad Media, según Alasdair MacIntyre, y así aseguraron que la civilidad siguiera siendo una opción viva en una época de violencia y desorden.
Este tipo de teología política se sostuvo en las comunidades monásticas (por ejemplo, el ascetismo y el monasticismo) y en las comunidades menonitas actuales, como los amish de Pensilvania. Sus defensores más destacados hoy son los discípulos del menonita John Howard Yoder y del metodista Stanley Hauerwas. Y esta voz se escucha fuerte y claramente en la teología política reciente.
c. La teología política de los Dos Reinos (Agustin de Hipona, etc.)
El tercer tipo de teología política tiene sus raíces en la teología de San Agustín. Su gran obra, De Civitate Dei (La ciudad de Dios), fue ocasionada por la sugerencia de que el saqueo de Roma por Alarico el Godo en el año 410 había sido causado por el abandono de la antigua religión civil de Roma; los dioses de Roma estaban enfadados y las virtudes que habían sido alimentadas por el culto patriótico tradicional ya no estaban a la vista. Los teólogos políticos de la escuela de Eusebio fueron incapaces de responder a este ataque, porque para ellos la prosperidad y el poder de Roma y el reino de Dios se habían confundido sin remedio. Agustín no produjo simplemente un tratado para la época, sino una teología de la historia y una teología política que fue uno de los mayores logros de la antigüedad tardía y un clásico de la teología política cristiana.
Agustín desarrolló una teología política que se sitúa entre los dos polos de la ciudad terrenal y la ciudad de Dios. Las dos ciudades son muy diferentes entre sí, pero en un sentido real ambas son ciudades de Dios. Agustín define la ciudad o mancomunidad como «una reunión de seres racionales unidos en comunión por compartir un amor común a las mismas cosas» (De Civitate Dei XIX.24). Hay, por supuesto, muchos amores que pueden unir a las personas en comunión, pero el amor más elevado, que es el amor de Dios, es el que sostiene la ciudad de Dios, donde sólo se encuentran la verdadera justicia, la verdadera paz y la verdadera comunidad. La iglesia visible es una manifestación parcial e incompleta de la ciudad de Dios, y la ciudad terrenal opera en un mundo caído y pecaminoso donde el compromiso es a menudo el único camino a seguir, y la tarea es a menudo proporcionar un «dique contra el pecado» en lugar de una manifestación completa del amor y la justicia de Dios.
La teología política de Agustín ha sido, y sigue siendo, inmensamente influyente, pero en cierto modo los protagonistas más notables de un enfoque agustiniano en los últimos tiempos fueron el teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr y sus numerosos discípulos, como Robin Lovin. No obstante, la teología política de Agustín fue desarrollada con especial entusiasmo por los luteranos y reformados desde el periodo de la Reforma hasta hoy.
La versión luterana de los «dos reinos» permitió relatos peligrosos y extremos de la relación entre los dos reinos, como cuando Lutero declaró que un estadista está obligado, en aparente contradicción tanto con la ley como con el evangelio, a recurrir en ocasiones a la fuerza, la coerción y la violencia. Y en tal caso, declaró Lutero, «la mano que empuña esta espada y mata con ella no es más la mano del hombre, sino la de Dios, que cuelga, tortura, decapita, mata y lucha. Todo esto son sus obras y sus juicios» (M. Luther, «Si también los soldados pueden salvarse», 1926, Obras, vol. 46 [Filadelfia, 1967]). Y mucho más tarde, algunos teólogos y líderes eclesiásticos luteranos alemanes de la década de 1930 se negaron a reconocer que el ascenso del nazismo fuera un asunto de interés teológico porque, decían, pertenecía totalmente al ámbito secular.
La teología política en el siglo XX
Durante mucho tiempo, la noción de teología política suscitó profundas sospechas entre los cristianos, ya que se la asociaba con teologías que seguían de cerca el modelo de las antiguas y nuevas teologías políticas paganas, y que cumplían la misma función de legitimación del orden social. Esta impresión se vio reforzada en 1922 por la publicación de un libro titulado Politische Theologie del filósofo alemán, Carl Schmitt, que enseñaba que incluso en una época secular había un vínculo necesario entre las ideas teológicas y la política secular. Schmitt defendía una forma fuertemente nacionalista de catolicismo y una reverencia por el orden establecido de las cosas. La teología, enseñaba, es inherentemente conservadora, e indispensable en un orden político eficaz. El pensamiento de Schmitt tuvo una influencia considerable en el emergente movimiento nazi que se desarrolló como teología política al estilo de Schmitt.
Justo después de la toma del poder por parte de los nazis en Alemania, Erik Peterson publicó Der Monotheismus als Politisches Problem (1935), en el que argumentaba que cualquier forma de monoteísmo proporcionaba apoyo al totalitarismo, mientras que una teología trinitaria estaba inherentemente asociada a la democracia.
La tercera «figura paterna» de la teología política del siglo XX fue Ernst Bloch, un marxista independiente, que en 1959 publicó su monumental The Principle of Hope (El principio de la esperanza), en el que sugería que un marxismo que sostuviera la esperanza de un futuro mejor se basaba en gran medida en la tradición cristiana y sugería que los creyentes debían esforzarse por realizar en la tierra un estado de cosas mejor y más justo. Bloch tuvo una gran influencia en Jürgen Moltmann, cuya monumental Teología de la esperanza (1967) proponía que una teología cristiana comprometida con un profundo estudio del marxismo, así como de la tradición teológica, podría tener una gran relevancia en el siglo XX y más allá.
Teología de la liberación
Mientras tanto, en América Latina, un nuevo tipo de teología política surgió de las barriadas y de las congregaciones de pobres que se llamaron «Comunidades de Base». Basándose en las ideas marxistas y también en la experiencia de los pobres, surgieron los teólogos de la liberación, liderados por Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y otros, que desarrollaron una teología que ponía en el centro a los pobres, que enseñaba que la teología debía presentar una «opción preferencial por los pobres» y que debía estar profundamente arraigada en la praxis en nombre de los pobres y en escuchar atentamente su voz. La mayoría de los teólogos de la liberación latinoamericanos eran católicos romanos, lo que era de esperar en América Latina, donde la gran mayoría de los cristianos eran católicos romanos, aunque el rápido crecimiento del cristianismo pentecostal ya estaba en marcha. Los teólogos de la liberación encontraron útiles las formas marxistas de análisis social en su búsqueda de una teología política radical que realmente ayudara a los pobres y estuviera con ellos en sus pruebas. Los primeros teólogos de la liberación no tenían la cautela sobre el marxismo que era común entre los europeos, que vivían cerca de las dictaduras comunistas del este de Europa, y eran conscientes de los horrores de muchos de estos regímenes.
Dos polémicas merecen especial atención. Míguez Bonino, un destacado teólogo protestante de la liberación, desafió a Moltmann a que diera un contenido concreto a la «identificación con los oprimidos» que él veía como la implicación necesaria de la fe en el Dios crucificado. Según Bonino, no existe el desprendimiento inocente; incluso el razonamiento teológico más abstracto tiene una función ideológica. La manera de evitar la reducción del evangelio a un programa político, sugiere Bonino, no es refugiarse en el distanciamiento crítico, sino iluminar lo que sucede con la ayuda de la mejor economía y ciencia política disponible. En una vigorosa e incisiva carta abierta a Míguez Bonino, Moltmann rechaza las acusaciones de fondo, advierte contra un provincianismo limitado en la teología y sugiere que la teología de la liberación tiene problemas e insuficiencias propias.
El Vaticano, bajo un Papa polaco que había experimentado de primera mano la tiranía de una dictadura marxista, y con un cardenal teológicamente conservador, Josef Ratzinger, desconfiaba mucho de la teología de la liberación y emitió dos cautelosas disuasiones, en forma de Instrucciones, Libertatis Nuntius (1984) y Libertatis Conscientia (1986), mientras que el Papa, en sus visitas a América Latina, dejó clara su profunda sospecha del movimiento en la Iglesia que había producido la teología de la liberación. Pero, en cierto modo, las dos Instrucciones fueron uno de los documentos más radicales que emanaron del Vaticano, abrazando, por ejemplo, una opción preferencial por los pobres. Sin embargo, en algunos casos notables, como el de Leonardo Boff, los teólogos de la liberación fueron disciplinados o expulsados de la Iglesia. Con la caída de los regímenes marxistas europeos en 1989, muchos esperaban que la teología de la liberación desapareciera. Pero sobrevivió, y en algunos lugares floreció, mientras que el Vaticano tomó medidas estrictas contra algunos destacados teólogos de la liberación, como Jon Sobrino.
Variedades de teología política
Una gama de diferentes teologías políticas sigue floreciendo en una variedad de contextos. En la derecha, los «políticos por convicción», como Margaret Thatcher o los neoconservadores estadounidenses, declararon que sus políticas estaban arraigadas en la fe cristiana, mientras que las teologías políticas radicales siguen siendo activas, especialmente en África, Asia y América Latina, pero también entre los evangélicos de Estados Unidos. La teología política está lejos de estar muerta.
Adaptado de: Duncan B. Forrester, “Political Theology,” ed. Martin Davie et al., New Dictionary of Theology: Historical and Systematic(London; Downers Grove, IL: Inter-Varsity Press; InterVarsity Press, 2016), 683-686.

Duncan Baillie Forrester (10 de noviembre de 1933 – 29 de noviembre de 2016) fue un teólogo escocés y fundador del Centro de Teología y Cuestiones Públicas del New College de la Universidad de Edimburgo. Posteriormente, fue miembro honorario y profesor emérito del New College. Forrester nació en Edimburgo en 1933. Estudió en el Madras College de St Andrews, Fife. Sus escritos son contribuciones a la ética cristiana, la misiología, la teología práctica y la teología política y pública. Durante la década de 1970 sus escritos se centraron en las misiones protestantes en la India. Tras fundar el Centro de Teología y Cuestiones Públicas (CTPI) en 1984, su trabajo hizo cada vez más hincapié en la intersección entre teología y política, con especial referencia a Escocia, el Reino Unido y Europa. Dejó la dirección del CTPI en 2000, y le sucedió William Storrar. También publicó estudios históricos sobre el culto cristiano en Escocia. Murió el 29 de noviembre de 2016 a la edad de 83 años. Es autor de una veintena de libros sobre Teología Política, y uno de los escritores de teología política mas renombrados del siglo XX.
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